lunes, 21 de julio de 2014
Los dibujos de Longinos. Os presento a: "EL CHISPAS"
.- Parece ser , que esta es una de las últimas peñas federadas
Estos
días, por nuestra Cangas, la pólvora fue la protagonista principal. Por las
mañanas despertaba a los cangueses . Y entre su olor y charangas, los terminaba también mal acostando
a altas horas de la madrugada.
Cuarenta y dos, creo que son, las
peñas que sostienen la estructura de la fiesta. Todas compiten cada año por
llegar a lo más alto, salir del soto de la ciudad y coronar las asustadas nubes
que con cierto despiste discurren por allí.
Todas, con sus imaginativos nombres o apodos de identificación se pueden
ver en: http://www.descargacangas.com. Y con ellas estuve en la Casa de
Cultura con mi exposición. Así han trascurrido para mí estos felices días de
fiesta en la entrañable Cangas del Narcea – Asturias- Patria querida.
domingo, 13 de julio de 2014
viernes, 4 de julio de 2014
miércoles, 2 de julio de 2014
San Luis del Monte
Ya que Eduardo ha incorporado
algunas ermitas a la ruta de las capillas mencionadas, comenzando por la del
Pando y continuando hasta la de San Luis del Monte,
cercana a Caldevilla de Rengos, yo diría
que el broche final bien se podría poner
siguiendo por la misma cumbre hasta llegar a La Magdalena de Tresmonte d’Arriba.
Pues bien, ya que por proximidad me corresponde, paso a decir algo sobre San
Luis y a presentaros unas fotos de la
capilla que hice no hace mucho tiempo, en fecha que no se correspondía con el
día de la fiesta.
**Milagros menores de
San Luis del Monte**
San Luis Obispo, aparte de ser un
santo muy querido y venerado por todos en nuestra parroquia y alrededores, también
es conocido por sus milagros mayores y menores; y muy famoso por sus apariciones y
desapariciones como si, en su vida terrenal, hubiese practicado el escapismo de forma magistral.
Cuentan ciertas leyendas locales,
que hubo tiempos donde, la propiedad del
santo parecía que no estaba del todo clara, y constituyó motivo de
desavenencias entre los pueblos limítrofes, llegando a producirse
enfrentamientos y grescas importantes entre la partes en disputa; sobre todo, entre los pobladores de Caldevilla
y de Posada de Rengos.
Como no se ponían de acuerdo
entre ellos, en cuanto a quién pertenecía el santo, alguna de las dos partes, y
parece que más de una vez, se tomó la justicia por su mano y optó por lo más rápido
y efectivo. Durante la noche trasladaban la imagen de su lugar original a otro término donde
la propiedad, o pertenencia, no tuviera discusión alguna sobre a quién correspondía.
Una vez realizado el traslado y
satisfechos sus autores por la fechoría realizada, pensando que el problema se
había solucionado de una vez por todas y para siempre,
a la mañana siguiente, cuando alguno de los que se había encargado de la
mudanza, iba a comprobar que, efectivamente,
el santo seguía donde le habían dejado; cuál sería su sorpresa al
verificar que, si quieres arroz Catalina, el santo “mago”
había desaparecido.
Hechas las averiguaciones y
búsquedas oportunas se daban cuenta que, a San Luis, no le había convencido del todo el
nuevo asentamiento que le habían
asignado y había vuelto por sus medios a
su propia casa, para no ser cómplice de complots terrenales.
Estas desapariciones de la imagen
de su sitio habitual las explicaban y justificaban los que las habían hecho, diciendo
que el traslado se había producido de forma enigmática e inexplicable, y por lo tanto, milagrosa. San
Luis, como no podía ser de otra forma, como ya he dicho, no aceptaba ser
cómplice de una marrullería tan burda y,
he aquí la magia del santo para deshacerse del entuerto por su cuenta, sin ayuda terrenal, abandonaba el nuevo emplazamiento que le habían asignado, pero en este caso, sí de forma milagrosa, para
volver a su sitio preferido y particular
donde se apareció por primera vez, que fue en un sardón próximo a la fuente que hay al lado
de la ermita.
Por muchas explicaciones que los pícaros
marrulleros intentaban dar a sus
rivales, sobre la falsa mudanza de sitio que había hecho el santo, todas ellas
resultaban poco creíbles y la única
explicación convincente y natural del hecho, era que la imagen había tenido transportadores mundanos que se habían prestado a cambiarla de lugar. Esta maniobra tengo
entendido que se repitió más de una vez hasta que las partes en litigio, por fin, se convencieron de
que, de seguir así, San Luis no aceptaría más desplazamientos de conveniencia, ni colaboraría en
semejantes trapacerías de los humanos y por fin le dejaron tranquilo y en paz en su sitio hasta la fecha.
Después de esta chusca introducción
por mi parte, paso a transcribir
literalmente unos párrafos de lo que dice José María Menéndez
en su libro “El Son de Arriba” sobre los milagros de nuestro santo, San Luis.
“En la fiesta de San Luis del Monte, que se celebraba entonces
invariablemente el 19 de agosto, y ahora se deja para el domingo más inmediato
después de esa fecha, se venía creyendo desde muy antiguo en toda la
comarca que durante la misa que se celebraba en tal día brotaban por entre las
conjeturas de las piedras, resquicios de las ventanas y laterales del altar
unas flores admirables y de suave olor que se marchitaban en cuanto se acababa
el oficio. A las que recogían los fieles durante la misa les concedían un poder
maravilloso para curar enfermedades. Creció tanto la fama del santuario, que
rebasó lo límites del contorno; los de Asturias y los de España, y entró en los
congresos y capítulos religiosos, llegando a las más altas dignidades de la Iglesia. En el
capítulo general de la
orden Franciscana que se celebró en Toledo en el año de mil
seiscientos ochenta y dos, un cronista daba fe que se ponderaba el portento de
San Luis del Monte, diciendo: Rara maravilla es la que sirve de testimonio en la peregrina
pureza de San Luis, ermita del Obispado de Oviedo, que, durante la misa que se
oficiaba el día del Santo, milagrosamente brotaban del altar y demás circunferencia
numerosas azucenas de dos colores: celestial y azul que eran recogidas y
enviadas a todo el orbe.”
Este extraño fenómeno de la
aparición efímera de las flores, diríamos que es uno de los milagros mayores,
entre los muchos que se le atribuyen al Santo, pero yo quiero dar luz a otro
menos llamativo, pero no menos importante y que calificaré de "milagro menor":
Una festividad de San Luis del
Monte, allá por los años sesenta, subíamos casi siempre a primera hora un grupo de
jóvenes de Posada y de Vega; lo hacíamos como avanzadilla del resto de la
familia para coger sitio. Regularmente esta
costumbre era común a todas las familias previsoras que gustaban de
ocupar el mismo lugar para merendar todos los años, bajo un determinado roble.
A la chavalería nos solían enviar las
madres ya por la mañana delante del
resto de la familia y así, aparte de hacer algo útil, por lo menos nos quitaban
de encima para que no les estorbáramos en sus quehaceres culinarios y por lo menos, no les dábamos la matraca en casa. Y nosotros encantados de vernos librees cuanto antes.
La preparación de la merienda suponía
para las amas de casa una labor ardua que implicaba el pasar muchos sofocos en la cocina y
también de mucha responsabilidad. Sobre todo en las familias que se juntaban
muchos a comer. Así pues, si las cocineras se liberaban de la gente menuda, al
menos podían trabajar a gusto, sin las impertinencias propias de los
críos y podían tener todo dispuesto para la hora de partir hacia
el monte de San Luis.
Como la ocupación continuada año tras año por parte de
cada familia, de la sombra bajo el roble
preferido, no generaba derecho alguno de reserva para la siguiente vez; la única forma que había de no llevar
sorpresas al llegar, y comprobar que el sitio de costumbre ya estaba ocupado
por otros romeros que habían llegado antes, era el madrugar más. Para evitar esta desagradable situación, lo más efectivo era enviar a los
jóvenes delante y de paso, ya se les cargaba con la parte de la merienda que
estaba lista para llevar.
Entre los chavales de mi grupo
iba uno que, por ser algo mayor que el resto y un tanto más corpulento, le
habían hecho cargo de transportar un cesto con tapa, repleto de comida hasta los
topes, y como elemento más delicado llevaba un
hermoso flan dentro de una cacerola con tapa (entonces no había táper; si
acaso, alguna fiambrera) y con bastante
jugo de caramelo, como debe de estar un
buen flan que se precie de serlo.
Al comenzar el recorrido el cesto
lo llevaba sujeto por el asa y en posición de pie, como era lo correcto y como
le habían encargado pero, según se fue haciendo la subida más costosa, el amigo
ya comenzaba a sudar y decidió aliviarse un poco la carga sirviéndose del bastón que portaba y que, puesto sobre el
hombro de forma horizontal pinchaba el asa del cesto el cual pendía y apoyaba toda su pesada carga sobre la espalda del penitente. El primer
trecho transcurrió sin problemas pero, en la parte final del camino el cesto
sufrió algún que otro balanceo por lo irregular que estaba el piso del sendero y,
el jugo de caramelo del flan, comenzó a verterse fuera del recipiente que lo
contenía, hasta llegar al fondo del cesto, y de éste iba lentamente chorreando por la
espalda del porteador. Probablemente debido a la temperatura, todavía tibia del
líquido, el amigo no se percató de la fuga, pero cada vez se iba quedando más atrás
del grupo.
Cuando llegamos a la campa de la
ermita observamos que nuestro compañero rezagado venía echando improperios sin
parar debido a la impertinencia de un enjambre de insectos que le acompañaban y rodeaban sin él saber el motivo. Traía tras de sí una nube de bichos: mosquitos, moscas, abejas,
avispas, tábanos…, de todo. Cuando llegó a donde estábamos el resto de la
expedición nos dijo: no sé a que será debido pero me vienen rodeando y devorando vivo estos
bichejos que me tienen aburrido. Al bajar el cesto comprobamos que el jugo del caramelo del flan le bajaba por toda la espalda hasta la rabadilla y él aún, sin
advertir la causa por la cual venía
envuelto en moscas. Tal que, le hicimos quitarse la camisa y le sugerimos que
le diera un remojón en la fuente próxima a la ermita para quitarle lo más gordo, pero él se resistía y
decía que no, que le daba mucho apuro el tener que andar sin camisa por entre la gente.
Entonces le dijimos: Mira, pídele al Santo que
interceda y que te seque la camisa en un pispás ¡Oye, eso, sí que estaría bien, contestó! Pues
mira, por qué no haces la
prueba. Y así fue, el bueno de San Luis se apiadó de este
pobre hombre y actuó de forma inmediata; al poco de colocar la prenda extendida
sobre el sardón milagroso; ésta, ya estaba lista para vestir y sin una arruga. Le
dijimos: ¡hombre de poca fe!, ahí tienes el milagro de San Luis. El descreído se quedó encantado de cómo salió del trance, gracias a la “intercesión divina”,
y durante toda la velada festiva pudo: comer flan (sin jugo), bailar, divertirse plenamente y todo esto,
vestido de forma correcta como a él le gustaba.
B. G. G. bloguero “Prior”
Suscribirse a:
Entradas (Atom)