PRESENTACIÓN

Anualmente cuando nos reunimos los antiguos alumnos de Corias, bien sea en grupos minoritarios por promociones en diferentes lugares del Principado y alrededores, o de forma general en el encuentro de Corias a finales de cada mes de septiembre, siempre solíamos comentar al sentir la alegría de juntarnos de nuevo que, era una pena el que hubieran pasado tantos años sin comunicarnos y sin saber unos de otros.

Afortunadamente, en estos tiempos eso está subsanado gracias a los medios informáticos disponibles que tenemos a nuestro alcance. Aprovechando la oportunidad que nos brinda BLOGGER para poder crear un espacio cibernético común, en la nube, donde se pueda participar y expresar los recuerdos que cada uno de nosotros guardamos celosamente de aquellos años, es cuando surge el Blog de los antiguos alumnos de Corias.

Esta elemental presentación lo único que pretende y persigue es reavivar la amistad y la armonía que hemos trabado entre todos nosotros durante los años de convivencia en el Instituto Laboral San Juan Bautista de Corias y, que a pesar del tiempo transcurrido, aún perviven frescas en nuestro recuerdo.

Otro de los objetivos del blog es recordar y compartir las peripecias vividas por aquellos jóvenes que coincidimos bajo las mismas enseñanzas, disciplinas, aulas, comedores, dormitorios, juegos, etc., durante varios años en el convento de Corias y que aún las tenemos muy presentes.

La mejor forma que tenemos para rememorarlo es ir contando en este blog todos los pasajes que cada uno de nosotros recuerde, expresados con la forma y estilo propios de cada uno pero, siempre supeditados a los principios del buen gusto, el respeto y a la correcta educación que nos han inculcado los padres dominicos. El temario en principio aún siendo libre, sí debiéramos procurar en general, que tengan preferencia los temas relacionados con el colegio y su entorno, ya que es el vínculo y denominador común entre todos nosotros.

Como es lógico, cada colaborador es el único responsable de sus opiniones vertidas aquí en el blog; las cuales pueden ser expresadas libremente sin condicionantes ni cortapisa alguna por parte de la dirección; tan solo debemos atenernos todos, a las premisas mencionadas anteriormente del respeto y el buen gusto.

Una vez hecha esta breve presentación, se pide la colaboración y aportación de todos los antiguos alumnos pues, seguro que todos tenemos algo ameno e interesante que contar. Unas veces serán relatos agradables y divertidos, y otras no tanto; pero así es la realidad de la vida.

Al blog le dan vida una serie de antiguos alumnos que colaboran de forma fehaciente y entusiasta con Benjamín Galán que es el bloguero administrador. A este galante caballero el cargo de administrador no le fue asignado por méritos propios, más bien por defecto, de forma automática; simplemente, por ser el titular del blog. Pero podría delegar el cargo en cualquier otro colaborador que así lo deseara.

De antemano, muchas gracias a todos los participantes y colaboradores. Tanto a los antiguos alumnos y profesores que deseen intervenir, como a todos nuestros amigos lectores.

¡A colaborar y a disfrutarlo!

(21 de noviembre de 2009)

B. G. G. (BLOGUERO PRIOR)

domingo, 25 de enero de 2015

LA NOVIA DE MI AMIGO


Hace unos años tenía yo mi mendigo particular en Madrid. Esto de los mendigos no es tan fácil como parece. Por lo pronto hay tal variedad de mendigos que es necesario primero poner un poco de orden. Vamos a ver.

Primero. Hay dos grandes grupos. Los que piden haciendo algo (tocar algún instrumento, cantar, vender algo, pintar etc…) y los que piden poniendo la mano sin más. A los primeros nunca les niego una limosna, a los segundos, casi siempre.
Bueno, la única vez que mendigué en la calle lo hicimos cantando. Digo hicimos porque éramos tres. Arturo, Avanzas y yo en Londres. Arturo cantaba, Eugenio pasaba el dedo en círculos como si fuera un tocadiscos, y yo con un bombín en la mano recogía las limosnas. Arturo cantaba canciones asturianas en el corazón de Londres. Cuando sacamos para unas cervezas, nos fuimos a beber.

Segundo. Luego están los mendigos de a diario y los mendigos de ocasión. Los primeros te lo ponen difícil, un mendigo de todos los días es malo de socorrer. Los mendigos de ocasión son los más difíciles. Todos cuentan una milonga…que nunca sabes si se están riendo de uno.
El más conocido es que el que mendiga para completar el precio del billete. Perdió la cartera y, claro…
El que te lo pone tirado es el que dice que lleva dos días sin comer. A ese le pagas un bocata o un menú y está resuelto (hay que vigilar que se lo coma). De toda fauna de mendigos que pululan por ahí, el mejor es, como el mío, el que vende clínex en un semáforo.
Así era el mío. Pablo, se llamaba. Se había adjudicado en propiedad un semáforo en mi calle. Mi calle desembocaba en una gran arteria: La avenida del Mediterráneo. Lógicamente el semáforo de mi calle estaba mucho tiempo en rojo para los coches. Ideal para el clinero, que tenía ante sí, ocho o diez coches cada poco a fin de ofertarles su paquetito de pañuelos.
Pablo y yo nos hicimos buenos amigos. Yo no le compraba clínex, pero le pagaba una caña al día.
-                             -  Entonces, tú Pablo ¿Cómo te dedicas a esto tan joven?
-                             -  Ya ves, la vida…
-                             -  Pero ¿Tienes familia?
-                            -   Sí, mi madre y una hermana.
-                            - Y ¿No vives con ellas?
-                           -  No, vivía. Me echaron de casa.
-                           - ¿Y eso?
-                           - Porque algunas veces llegaba a casa borracho.
-                           - ¿Algunas o muchas?
-                           - Bueno, bastantes…
-                          -   Y ¿Dónde vives ahora?
-                          - Me pago una habitación muy barata y con el resto voy tirando.
-                          -  ¿Cómo cuanto haces aquí cada día?
-                          - Unas 1500 pesetas.
-                          - Bueno, amigo. Te dejo una caña pagada en el Cofi (pub de la calle).
-                          -  ¡NO!, que no me dejan entrar allí.
-                          - Bueno, entonces te dejo pagada una lata de cerveza en el chino de al lado.
-                          - Eso está mejor.

Así durante días y días. También le suministraba algo de ropa. Alguna vez le compraba un buen bocata. Supongo que yo era su mejor amigo. Un día que faltó llegó un gitano rumano y se puso a mendigar. Tuve que tomar cartas en el asunto. Defendí, creo que muy bien la plaza de mi amigo. Me encaré con el rumano, le mostré mi carnet de la Biblioteca Nacional y le dije “Policía”. No quiero verte otra vez por aquí. Si vuelves, te detengo.
No volvió.
Ya en confianza, un día quise profundizar,
-                           -  Bueno Pablo ¿Nunca tuviste novia?
-                           - Bueno, alguna.
-                          -  ¿Y ahora?
-                          - Ahora tengo una chavala que anda por ahí abajo (señalando en dirección a la calle Ciudad de Barcelona).
-                          - Hombre, eso está bien. ¿Cómo la conociste?
-                         -  Pues un día que entré ahí abajo a un bar y ella estaba allí. Tomamos dos o tres cervezas y yo quería irme a casa, pero empezó, no te vayas hombre, qué prisa tienes, tómate otra…y al final me dijo ven conmigo hasta donde vivo y luego te vas.
-                        -  ¿Y fuiste?
-                        -  Sí, fui con ella.
-                        -   ¿Y donde vivía?
-                       -  En un  coche abandonado debajo del puente de Vallecas.
-                       - Oye, tío. No me fastidies. A ver si además del problema que tienes con el alcohol vas a coger alguna enfermedad.
-                       - No, tranquilo, ella es muy pero que muy limpia.
-                       - Ah, bueno. Menos mal.


Pepe Morán. Dominico-ex

PEDRÍN, EL PARIA


A propósito de un artículo de Pepe Morán que aparecerá próximamente aquí en el Blog y en el que dice que él tuvo un pobre en Madrid, yo también he “tenido” un pobre aquí en León y  digo he tenido  porque afortunadamente para él  ya no está en la calle,  ya que ha sido recogido en una casa de acogida junto con otras personas sin techo y de su misma condición. Este hombre, de nombre supuesto,  Pedrín, vivía  en pleno  campo  a las afueras de la ciudad de León  en la zona de La Candamia y me hice con él a base de pasar con la bicicleta por delante de la chopera o poveda donde  residía y me llamó la atención que siempre lo veía sentado leyendo algún periódico de los de edición gratuita al lado de una  tienducha de campaña de color azulado toda raída, descolorida  y desgastada con incipientes jirones.

A pesar de que nunca le veía a esta persona hablar con nadie, un día le eché coraje al asunto y  me acerqué hasta su aposento  y después de darle los buenos días  él se puso de pie y me contestó muy cortésmente, con lo que ya entablamos conversación; inicialmente, supongo que sería sobre lo de siempre: del  tiempo. Luego, poco a poco, ya le fui preguntando  qué era lo que le había llevado a tener que vivir allí,  así de aquella manera tan penosa. Él me contó que había sido víctima de una serie de contratiempos y  de desgracias a lo largo de toda su vida; por cierto,  a cada cual más truculenta y azarosa, y que yo no debo contar aquí ahora.

El caso es que  resultaba  persona afable y conversadora  y nos  fuimos haciendo  amigos. Yo me hacía de cruces cuando me decía  que llevaba viviendo allí en aquellas pésimas condiciones bajo una tela de mala muerte, más de dos años;  cosa sorprendente para cualquiera, pero sobre todo, para los que sabemos   muy bien cómo se las gastan los inviernos leoneses. A mí me parecía imposible aquello, pero era totalmente cierto.  Una vez que me puso al tanto  de sus males físicos y psicológicos,  de vez en cuando le iba a visitar y le llevaba una propinilla en dinero, algún alimento que otro y ropas de abrigo. También le he ayudado a comprarse una nueva tienda de campaña de mejor calidad que la que tenía, con  techo doble y bastante más consistente que la anterior, pero así y todo,  en menos de un año también se la comió la intemperie.  Viendo que la tienda no era la mejor solución,  con la ayuda de algún “colega” suyo se construyó una especie de chabola a base de palés, puertas viejas, chapas, plásticos y algún trozo de uralita que le facilitaron los jardineros del ayuntamiento.  Una vez montado el cobijo aquel,  aunque no era la solución deseada, por lo menos ya no llovía sobre él y  algo más protegido que antes sí estaba.

Yo he reparado en esta persona porque la veía con frecuencia y me admiraba su  valentía  y capacidad de aguante para ser capaz de supervivir a la intemperie en pleno campo. Cuando le preguntabas por las inclemencias del tiempo nunca se quejaba en exceso. También me llamó la atención por lo ordenado que era,  tanto para su aseo personal como para los pocos enseres que poseía y para el entorno natural que ocupaba. Un día cuando fui a verle vino  Elena conmigo  y estando allí hablando los tres, vi que en la entrada de la chabola, bajo la penumbra de una chapa grande que hacía las veces de porche, había  una mesa redonda pequeña y sobre ella se veía un jarrón con unas flores muy vistosas. A primera vista pensé que eran naturales y le dije: ¡Hombre  Pedrín!, ¡Vaya ramo de flores más exuberante y más bonito que tienes ahí! ¿De dónde las has cortado?  Y Pedrín  de momento no contestó palabra, pero nos extrañó su reacción ya que nada más  oír la pregunta adoptó cara de tristeza y se puso  cabizbajo  con el  gesto grave. Transcurridos unos segundos y sin levantar la mirada del suelo, nos dijo en voz baja que no eran flores naturales, sino que eran de plástico y que era un homenaje que le hacía a las cenizas de su novia  que estaban allí mismo al lado, en una urna funeraria y que le había dejado hacia poco tiempo.

 En ese  momento, Elena estuvo a punto de dar un salto hacia atrás y de salir corriendo de allí, pero se contuvo por educación y respeto al “viudo” y a la finada. A pesar de lo embarazosa que resultaba  la situación en aquellos instantes, para romper  un poco el silencio producido,   le dije que si me las podía mostrar ya que  yo nunca había visto cosa tal y así lo hizo:  el hombre destapó aquel  cofre de color morado  y, efectivamente, en el fondo había  un montoncito  de cenizas similares a las que pueden producir unos palitroques. Tal que, viendo la tristeza que le embargaba al mozo, al menos aparentemente,   le manifestamos nuestro pésame y nos despedimos de él  hasta otro día cualquiera.

Pasado un tiempo, un día estaba Elena hablando con unos conocidos en la calle y salió a relucir la situación de este pobre hombre que vivía en el campo solo, tipo Tarzán,  y mi mujer   dijo: ¡Ah sí, Pedrín!,  es amigo de mi marido. Y seguido  les contó el detalle de las cenizas, a lo que una de las personas del grupo apostilló: “Claro, claro, qué menos puede hacer ese hombre que tener las cenizas de su novia a buen recaudo y ser respetuoso con ellas. Es lo mínimo que se merece. Para eso en vida la tenía molida a palos a  la pobre víctima;  tantos le dio, que la pasó a mejor vida en muy poco tiempo, a causa de las borracheras que cogían los dos juntos  y de las tundas que luego le propinaba un día sí y el otro también. Tal que, en nuestro caso, el final de la historia no fue el esperado , pero  la vida es así y así hay que tomarla.

La cuestión  es que  ahora  hemos visto  a Pedrín  alguna vez que otra por la ciudad y lo hemos encontrado  vestido decentemente  y aseado.  También nos ha dicho que está muy contento en el piso en el que vive junto con  otros parias como él, bajo el control de las personas que los han recogido y puesto a vivir dignamente, como se merece todo ser humano, aún por truculento y oscuro que fuere su pasado.


B. G. G. bloguero “Prior”

viernes, 23 de enero de 2015

REGRESO A CORIAS


No, no es un regreso físico, al menos de momento. Ya me gustaría dar una vuelta estos días por ahí. Y aprovechar para echar unos cachaos de vino acompañados de lacón, chosco o empanada en Santiso. Pero otras ocupaciones, a pesar de estar jubilado, o quizá por eso, lo impiden.

Solo se trata de un regreso, virtual como dicen ahora, a través de una memoria alimentada por una conjunción de circunstancias. Soy de los que piensan, equivocado o no, que se suele vivir, mejor o peor, en un evanescente  claroscuro llamado presente entre sueños de futuro y olvidos del pasado. Al discurrir la vida y estar más lejos del principio, y más cerca del final, los sueños van escaseando al tiempo que el bosque de lo que pudo ser olvidado se va poblando. Entonces algunos rayos del sol de la memoria penetran en ese tupido bosque y recuperan parte del pasado. Cuando esto ocurre se acostumbra a rechazar, espíritu de autodefensa, los recuerdos que portan aires tristes y malos, mientras se reciben con alborozo aquellos que los traen alegres y sanos. No resulta esto tarea fácil. Como dicen que decía Séneca, Nada necesita menos esfuerzo que estar triste

No cabe duda que estos días, después de la pérdida de Víctor, todos andamos un tanto apagados y a la búsqueda de recuerdos gratos para combatir la siempre acechante tristeza. Uno de los lugares donde se pueden encontrar esos recuerdos es en las páginas de este blog. Luego cada cual busca otros filones que alimenten de ánimos la vida.
Por mi parte, como decía, regresé a Corias de la mano de la novela Esperando al rey escrita por José María Pérez, Peridis. Y no porque en ella aparezca Corias. La trama comienza en el siglo XII cuando Alfonso VII, el emperador, divide el reino de Castilla-León entre sus hijos Sancho y Fernando. El libro confiere un inusual protagonismo a las siempre olvidadas por la historia; las mujeres. También a los canteros que hicieron posibles las maravillosas edificaciones románicas, cercanas ya al albor gótico, que llegaron hasta nuestros días. Entre estos canteros aparece el Maestro Mateo y sus afanes para acometer el Pórtico de la Gloria, además de otros terrenales amores. Alfonso VII, según algún cronista, fue quien ordenó trasladar a Corias, aunque otros aseguran que siempre permanecieron en Oviedo, los restos de Bermudo I, su esposa Uzenda Nunilona (al escribir este nombre no entiendo que pueda resultar extraño el mío) y su hija Cristina.

Además de novelista, dibujante y humorista -su viñeta diaria en El País es de las más celebradas desde que, casi con fórceps, se logró la transición democrática- José María Pérez fue  el arquitecto que dirigió la remodelación de nuestro antiguo convento-instituto con innegable acierto (de nuevo según mi opinión) a pesar algunas feroces críticas recibidas. Críticas sustentadas en la mayoría de los casos por intereses políticos, o de otra índole, más que por razones históricas o estéticas.
En el libro en cuestión, encasillado como novela histórica, se respira en todas sus páginas respeto y admiración por el legado histórico arquitectónico. Respeto y admiración que, salta a la vista, trasladó a Corias.
El preámbulo, toda una declaración de principios, corresponde a un fragmento de un texto de César Vallejo:

Y yo te digo: cuando alguien se va, alguien queda. El punto por donde pasó un hombre ya no está solo. Únicamente está solo, de soledad humana, el lugar por donde ningún hombre ha pasado.
Las casas nuevas están más muertas que las viejas, porque sus muros son de piedra o de acero, pero no de hombres. Una casa viene al mundo, no cuando la acaban de edificar, sino cuando empiezan a  habitarla. Una casa vive únicamente de hombres, como una tumba. De aquí esa irresistible semejanza que hay entre una casa y una tumba. Solo que la casa se nutre de la vida del hombre, mientras la tumba se nutre de la muerte del hombre. Por eso la primera está de pie, mientras que la segunda está tendida

Nadie puede negar que el monasterio, convento, o como queramos llamarlo, de Corias, desde la más primitiva construcción - su evolución está representada con riguroso acierto en las maquetas existentes en el actual museo -  hasta su condición actual de parador, es una casa viva. Viva por  las  miles de personas, religiosas o laicas, profesores o alumnos, visitantes o residentes que pasamos o pasarán por allí.

Cada uno, en él, puede reconocer sus huellas. En las escaleras desgastadas, en los pasamanos, en la araucaria, en las antiguas amistades, en los miedos de aquel presente y la esperanza de aquel futuro, en la demora para acudir al aula de estudio y la precipitación para salir al recreo, en las lágrimas aún por secar derramadas sobre los antiguos pavimentos, y, si se presta atención, se pueden oír sollozos quedos, sonoras risas y el grito fuerte de algún fraile airado.
Se acometieron las reformas imprescindibles para su nuevo cometido. Sin embargo, al caminar en el silencio de la noche por los pasillos de los claustros, se siente, al menos yo lo sentí, que se está donde se estuvo.
Recuerdo cuando alojado en lo que ahora es parador, al pasear por el claustro envuelto por la soledad de la noche, me rondaban unos versos que si no recuerdo mal decían algo así:


Del claustro, esbelto y verde surtidor,
árbol de allende los mares traído,
la araucaria te ha reconocido,
el silencio es su saludo acogedor.

Frondosos setos de boj alrededor,
laberintos que ya has recorrido,
¿fugaces destellos de quién has sido?,
hoy  solo un huésped llegado al Parador.

Parador ave fénix del convento,
versado centro, fuente de lecciones
que del saber fueron primer sustento.

Si en él de nuevo buscas ilusiones,
descubrirás que vano es el intento,
si lejanas están ya tus pasiones.


ulpiano rodríguez calvo

lunes, 19 de enero de 2015

Querido Gión


Tenías razón, querido Gión

Las amistades de virtud, son las verdaderas, que diría Aristóteles. Y es que tus virtudes eran tantas que por eso te has ido enriqueciendo de amigos que coincidimos todos en opinar lo mismo de ti y sospecho, cada vez más, que estar de acuerdo es la mejor de las ilusiones.
Desde el momento en que llegamos a esta vida, el tiempo nos gobierna; lo medimos, sí, pero no podemos vencerlo. Adiós Gión. Todos te recordaremos como un maestro de la empatía, de la sonrisa, de la generosidad,
Los amigos que se mueren en enero, en Reyes, parecen llevarse con ellos, entre jirones de la vida, no ya una hoja del calendario sino, todo el año. Tendrías que ver cuántos amigos te acompañaban ayer en el tanatorio, cuántos hoy en el templo, a cuántos se nos escapó una, o más de una, lágrima.
Dije a algunos de nuestros amigos comunes, que, ahora, ya tenemos un santo más al que suplicar.
La vez que gritaste mi alias en Ribadeo, las veces que me llevaste en coche a mis ligues, o a Gera, o las veces que coincidimos en el parque con nietos, Ay, Víctor, a partir de cierta edad nos empezamos a quedar sin maestros, sin padres,, sin referencias,, ese proceso natural que forma parte de la condición humana, pero lo que cuesta asumir la muerte de amigos como tú.
Trato de que la muerte, me llegue como me dijo tu esposa Aurelia, en paz.

17 de Enero del 2015 - José Manuel Fernández Rodríguez (Oviedo)

La Nueva España » Cartas de los lectores » Tenías razón, querido Gión

Sindo, memorias de un caballo (VI)


Cuando volvían para el pueblo Ramón le preguntó: Oye y digo yo ¿Y los demás animales que pastan allí, por ejemplo los toros? ¿Qué pasa con ellos?
Hombre, te me has anticipado. Después de comer te explico algo que te sorprenderá. ¿Tú eres aficionado a los toros?
No, en Asturias no es que haya mucha afición. Ahí el ganado es más bien para carne y leche. Yo nunca asistí a una corrida de toros.
Prefiero que no seas aficionado porque así te lo podré explicar. Hay cosas que los aficionados no quieren oír.
Este enigmático anuncio no pasó a más, pues llegaron a casa del boticario y después de los saludos protocolarios se sentaron a la mesa…
Comieron muy bien y con el inevitable vino de pitarra.
¿Te gusta nuestro vino? Preguntó el boticario.
No soy un experto, pero me parece muy adecuado para las comidas. Contestó Ramón.
Yo creo que el Rioja es más vino, pero aquí nos vale con este de la tierra. Además es más barato. Añadió el boticario.
A la hora del café Ramón, tenía un lío en la cabeza. No lograba quitarse de la memoria la dichosa sonrisa y ahora estaba intrigado sobre cuáles serían las extrañas revelaciones que le anunció el boticario.
Bueno ¿Qué era lo que me tenías que contar de los toros? Estoy intrigado.
Ya, me imagino. Mira te lo puedo explicar en pocas palabras. Escucha: tú eres testigo de lo que le pasó al caballo ayer en la dehesa.
Sí, claro. Estaba como enloquecido.
Exactamente, estaba enloquecido.
¿Por qué? Pues es muy fácil, se había metido tal dosis de droga, que se le puso el cerebro del revés.
Ya, pero ¿Y los demás animales? ¿Y los toros?
Pues a eso vamos. A los toros también les encanta comer esas plantas, y ocurre que andan a borrachera diaria. Un toro normal come kilos y kilos de esas plantas un día sí y otro también ¿Resultado? Se convierte en un adicto a las drogas. Es más, este estado de perpetua borrachera les va estropeando el cerebro. Mira, cuando un toro de esos va a una plaza de toros para ser lidiado, tiene menos cerebro que un mosquito. Tú piensa lo siguiente. El toro sale a la plaza medio cegado por el sol y le enseñan un trapo. El animal, disminuido mental como te dije, arremete contra el trapo. Hasta ahí todo normal. Le vuelven a enseñar el mismo trapo y el toro vuelve a descargar su furia contra el engaño. Otra vez a empezar. Otra vez el trapo y el toro a picar en el engaño.
Este es el momento en el que el público si no fuera tan fanático, se levantaría y se iría. ¿En qué cabeza cabe que el toro o cualquier otro bicho vaya tres, veinte, cuarenta veces al mismo trapo? En condiciones normales, el toro iría a buscar el cuerpo de quien le enseña el engaño. No lo hace. Se puede decir que su cerebro no le sirve para nada. Lo lógico en este caso sería que el animal diera media vuelta y se fuera. O se lanzara a por el vientre del torero. Pero nada de eso ocurre. Ahora sabemos la razón. Tiene el cerebro destrozado de tantas borracheras. Se puede decir que es un animal idiotizado. Todos sabemos que es así, pero por rutina o por interés nadie quiere destapar el engaño.
Hubo autores que lo vieron claro y que reclamaron un cambio en la fiesta: sustituir el toro por un tigre, por un gato, etc… Nadie me negará que las corridas serían más emocionantes.
¿Qué te parece?
Yo entiendo poco, pero me da que tienes razón. ¿Cómo se explica que un animal por tonto que sea acuda cincuenta veces al mismo engaño? Tienes razón.
Bueno, en realidad hay otro bicho que tiene un comportamiento parecido. La mosca.
¿La mosca?
Es capaz de acudir a la misma calva cincuenta veces seguidas. Está el señor calvo leyendo el periódico y una mosca, no sabemos porque hechizo que le produce la calva, se lanza a ella. El señor manotea para espantarla. Lo consigue, pero la mosca vuelve una y otra y otra vez.
Igual que el toro…
Sí, pero aquí no es porque sea tonta, es que la mosca no tiene memoria. Una mosca no retiene nada en su memoria, más allá de 1/10.000 de segundo. O sea, no recuerda nada y vuelve otra vez a la calva seducida por no se sabe qué  imaginarias suculencias se esperará encontrar. La cosa termina en el que el calvo, con los nervios destrozados, dobla varias veces el periódico y lo confecciona a modo de estaca, le atiza un “periodicazo” a la mosca para que se deje de molestar.
Muy interesante.
¿Otro cafetito o un orujo?
No gracias, me gustaría ver como sigue Sindo.
Venga, vamos. Pero llevará un par de días lograr que se desintoxique de todo. Voy a ver si me entero de quien nos puede facilitar una calabaza grande para dársela a comer.
Bien, te voy a dejar que tengo que ir con mi mujer a ver a mi suegro que anda algo mal. Si acaso nos vemos luego por la noche ¿Vas a ir al cine?
Sí, me ha invitado una chica.
Oye, pero si acabas de llegar ¡Qué rápido eres…!
Ya te la presentaré. Hasta luego.
Hasta la noche.

Ramón pasó la tarde vigilando a Sindo. Este había recuperado su actitud de tranquilidad que le era habitual.
El pobre Ramón, se dio cuenta de que la imagen risueña de la maestrita llevaba camino de quedarse indefinidamente en su cabeza. Para él era un peligro, del que, por circunstancias normales, huiría por puro miedo. Quizás el hecho de encontrarse allí de paso, evitó que se atenuara la proximidad de aquella incipiente atracción. A fin de cuentas el martes se iría de allí y sería un simple recuerdo.
Durante un buen rato se dedicó a jugar con el Jass. Le arrojaba una pequeña pelota que el perro atrapaba y le volvía a entregar. Ramón le daba de vez en cuando una galleta y le acariciaba. Pronto se reunieron allí unos cuantos críos, que aplaudían. Uno de ellos, más decidido, le pidió a Ramón que le dejase tirar la pelota. Así lo hizo y se armó una batalla entre los demás chavales, todo querían lanzar la pelota.

 Hacía las nueve apareció Gloria. Venía a concretar lo del cine. La película se proyectaba en el patio de la escuela, al aire libre, pero se pagaban 50 céntimos para entrar al patio. Empezaría a las diez y cuarto. Se trataba de una película titulada “Raíces profundas” con Alan Ladd como protagonista. Gloria le explicó que previamente tenían que pasar por su casa a recoger una silla cada uno.
Eran las diez cuando Ramón y Gloria portando una silla cada uno se presentaron a la puerta del patio escolar. Dos entradas, en total una peseta. Había varios críos por allí que miraban con los ojos bañados en lágrimas. No tenían los cincuenta céntimos. Ramón quiso pagarles la entrada a cuatro o cinco, pero Gloria le advirtió que resultaba muy delicado decidir a quién sí y a quién no. Ella era partidaria de dejar las entradas pagadas en taquilla y desatenderse del tema. Que se las diesen a quien les pareciera.
El patio estaba abarrotado. Muchos niños estaban sentados en el suelo. Se puede decir que todos los que disponían de una peseta se daban cita allí. El organizador era el cura y había cine cada quince días. El público era poco exigente en general, pero el cura sabía que a los críos les entusiasmaban las películas del Oeste. Gritaban, aplaudían, avisaban al protagonista de los peligros. ¡Cuántas películas no hubieran terminado si no fuera porque los niños y algunos no tan niños avisaban a tiempo al “bueno” y este lograba “sacar” a tiempo”!
Por ejemplo, en ésta. Cuando Alan Ladd o sea, Shane en la película, después de dejar K.O a Jack Palance a puñetazos en el salón se descuida un momento y un compinche del malo apunta desde lo alto de una escalera. Está a punto de recibir un balazo. Es momento en el que todos los niños gritan unánimes ¡SHANE! Y este se tira a un lado y, en un escorzo precioso, saca y le incrusta una bala en la frente al que apuntaba. Este cae escaleras abajo mientras los críos, aplauden. No es para menos. Gracias a ellos el bueno logra disparar a tiempo.
Gloria y Ramón estaban casi tan metidos en la película como los niños. En el momento en que el pistolero apunta a Shane desde la escalera. Gloria da un grito, se tapa los ojos con la mano izquierda y con la derecha coge la mano de Ramón. Este le coge la manita que busca su apoyo y la aprieta como diciendo “tranquila, bonita, que aquí estoy yo”. Cuando en la pantalla aparece la palabra END, Ramón seguía con su mano entrelazada con la de Gloria.
Los dos lamentaron que aquella palabreja que anunciaba el final viniera a romper el encanto de aquel trato en que ambas manos se acariciaban con infinita delicadeza y vivían emocionados el placer de aquel contacto que les tenía enajenados.
Cuando se pusieron en pie, se miraron durante unos segundos. Gloria tenía los ojos brillantes a medias de gozo y de lágrimas.
Cada uno cogió su silla.
¿Me acompañas a casa?
Por supuesto. No faltaba más.

Pepe Morán. Dominico-ex

miércoles, 14 de enero de 2015

Sindo, memorias de un caballo (V)





Ramón dio en pensar que allí se había acabado su viaje. Es más, le disgustaba la idea de que no iba a ser posible vender un caballo, que además de feo, estaba loco.

Se sentó, confiando en que se le pasaría  o que terminaría por cansarse y se dejaría coger. Era la una de la madrugada y Sindo seguía corriendo de un lado para otro, sin control alguno. Por momentos se detenía unos instantes. Ramón trataba entonces de ponerle una cabezada. Sindo escapaba de nuevo, no había manera.

A eso de las tres y cuarto el caballo se fue acercando al carro con síntomas de agotamiento. Ramón desde el pescante le decía palabras cariñosas para ir suavizándolo. A las tres y media se acercó. Le pasó la mano por el cuello y le habló tiernamente a la oreja. El pobre Sindo se rindió. No sabía qué ocurría pero se rindió. Dejó que Ramón le atara a un árbol. Ya había pasado lo peor. Faltaba averiguar cuál había sido la causa de lo ocurrido al animal.

De momento, procedía a dormir un rato y a ver si lo podía aclarar con un veterinario, luego, en la mañana del sábado la tranquilidad de todas las noches volvió a reinar en el pequeño campamento.

Faltaban unos minutos para las diez y nuestro viajero estaba en la Plaza Mayor. Apenas dos o tres tiendas estaban abiertas. El bar abría en ese momento. Allí se dirigió Ramón.
“Oiga, por favor ¿Dónde podría encontrar al veterinario?” Le preguntó al dueño del bar.
“Lo siento Señor, aquí en este pueblo no hay veterinario.” Contestó, y a continuación “¿Qué problema tiene?”
“El caballo, algo le pasó esta noche.”
“Bueno, si quiere mi consejo, vaya a ver al boticario. Sabe más de animales que todos los veterinarios juntos. Ya me lo dirá.” Dijo el del bar.
Ramón se encaminó hacia la botica, que acababa de abrir.
“Muy buenas, quería consultar algo con el boticario”. Dijo.
“Hola, ¿Qué tal? Usted es el minero asturiano ¿Verdad?”
“Sí, llevo aquí veinticuatro horas y ya veo que está enterado todo el mundo”.
“Sí, claro comprenda que no solemos tener visitas a diario. Es una novedad. Bueno ¿En qué puedo serle útil?”
“Pues me han mandado a hablar con usted, es algo de mi caballo y dicen  que usted sabe mucho de los animales. Vera usted…” y le relató con todo tipo de pormenores lo ocurrido.
¿Y todo esto dentro de la dehesa, cerca de la entrada de la carretera?
Sí, exactamente.
Bueno ¿Dices que ahora mismo está atado?
Sí, así le dejé.
Bueno, es importante sacarle de allí cuanto antes. Vete y a ver si puedes uncirle al carro y traerlo aquí a la plaza. Yo iré por allí cuando cierre al medio día. Que sé lo que le pasa, pero necesito verlo sobre el terreno.

Ramón, se fue a la finca inmediatamente. Allí todo estaba en paz. El Jass le recibió como siempre, poniéndole sobre el pecho las patas delanteras, que es como saludan los perros cariñosos.

Sindo estaba tranquilo y le dedicó una somera mirada. Ramón se acercó a él, le dio varias palmaditas, le acarició el pescuezo, todo musitando palabras relajantes.
Cuando vio claro que Sindo ya no tenía peligro, lo desató y le hizo entrar entre los varales del carro. El pobre caballo ya era el de siempre: tranquilo, sumiso, obediente, serio.

No se hable más. Salieron camino de la plaza con la tranquilidad de tantos y tantos días, pasados por el mundo.

Cuando paró el carro frente a la farmacia, salió el boticario y tras echar una ojeada a Sindo, recetó: “Mira, coge un cubo y llénalo de agua, ahí en la fuente. Luego disuelve una aspirina en un vaso y échalo al cubo. Que beba todo. Luego, si admite más agua, le pones otro cubo con otra aspirina. Así hasta tres veces si es que lo bebe, que apostaría que sí”.

Ramón, siguió las instrucciones del boticario. Hasta tres cubos de agua se bebió y, claro, tres aspirinas. Se le fue la mañana en buscar cubos de agua y observar la reacción del caballo.

Ya al filo de la dos de la tarde, se acercó una chica joven, bien parecida y con el aspecto de no ser del pueblo. Su ropa, su cabello cuidado, todo su aspecto la hacían diferente. Se acercó a Ramón.
-                      -  Hola soy Gloria, una de las dos maestras del pueblo. Le tendió la mano.
-                      -  Encantado.
-                      - Eres la novedad del pueblo ¿Lo sabías?
-                      - Eso parece.

-          Escucha, si vas a estar aquí el lunes me gustaría que fueses hasta la escuela. Me agradaría que les dijeses cosas de la mina a los niños mayores.
-                   -  No sé qué decirte. Yo no sé hablar como los maestros.
-                  -   No importa. Yo te voy preguntando cosas y tú nos cuentas.
-                  - Tampoco sé si voy a estar el lunes.
-                  - Bueno, suponiendo que estés. Prométeme que acudirás.
-                  - Bueno, si te empeñas.
-                 -   ¿Qué vas a hacer esta noche? Porque ponen cine. Una del Oeste. Te invito a verla.

Gloria se fue, la vio ir, la siguió con la mirada. Ramón se fijó en su sonrisa al recordarla. Había sido un momento y le daba la impresión de que la conocía hacía mucho tiempo, que le era familiar. Lo que no entendía, era como podía ponerse seria por ejemplo, en clase. Es que sonreía con toda la cara, no solo con la boca. Los ojos, los párpados, las cejas, los pómulos. No concebía que pudiera no sonreír. ¿Qué habría tras aquella sonrisa tan natural? Tenía cara de pillina, sin que lo fuese. Parecía una sonrisa de adolescente. En bable se diría que tenía la cara de guajina revoltosa. Y luego la naturalidad de la chica fue lo que más le desconcertó.

No le había dado oportunidad de ponerse en guardia como solía hacer con todas las que conocía por primera vez. Sus amigos en Carisia, le solían decir que o tenía miedo a las mujeres o no tenía ganas de comprometerse. Sí era verdad que sentía un poco de vértigo cuando se sentía ligeramente atraído por alguna chica. Su orfandad desde casi la cuna le había marcado. Por una parte le atraía algo que le era desconocido, la dulzura femenina. Pero ese mismo desconocimiento, le provocaba una especie de miedo a lo desconocido y de timidez.

A la espera del cierre de la botica, mientras terminaba de atender a la salud de Sindo, se sentó al lado de la fuente y trató de quitarse de la cabeza la imagen risueña de la maestrita. La alarma sobrevino cuando se dio cuenta de que llevaba más de media hora pensando en ella. Jamás le había ocurrido y, el pobre, falto de experiencia previa no se percató de lo peligroso que puede llegar a ser tener durante tanto tiempo  en la mente la imagen fija de una chica. Es tentar a la suerte y acercarte demasiado al precipicio. Si piensas en una, media hora seguida, estás ante el riesgo de pensar en ella una hora, dos horas… y eso nunca le había ocurrido.  El recuerdo recurrente de la dichosa sonrisa le resultaba inevitable de dominar. En fin, que, como siempre. Por ahí se empieza.

Por no poder evitar una imagen que resulta a un tiempo deliciosa y no deseada.
Sintió que naufragaba cuando se percató de que sería estupendo volver a verla sonreír. Durante un rato se debatió, por primera vez en su vida entre el deseo de estar otro rato mirando aquella carita, y su temor a involucrarse en algo que no le atraía.

A las dos vino el boticario a sacarle de esa pesadilla.
¿Vamos? Tengo que ver por donde anduvo comiendo ayer el caballo. Y se fueron camino de la dehesa. De camino el boticario ofreció:
-                 -  Oye ¿Dónde tenías pensado comer hoy?
-                 - Bueno, como siempre, llevo comida en el carro.
-                -  No, mira ya avisé a mi mujer que estás aquí y vienes a casa a comer con nosotros. Y no me digas que no. La comida ya está preparada.
-               -  No me dejas escape ¿Verdad? Replicó. Bien, comamos en tu casa.
-               -   Además, prosiguió el boticario, seguramente tendré que hablar contigo un rato después de comer. Me temo que hoy te vas a enterar de cosa que ni te imaginas.
-              -  ¿De qué me hablas?
-              -  Espera un momento y lo verás. Necesito confirmar una sospecha que lleva toda la mañana rondándome la cabeza.

Cuando llegaron al lugar donde había pasado la noche, Ramón y su amigo Sindo, el boticario empezó a escudriñar el suelo, caminando de un sitio a otro. Cada poco Ramón, le oía decir “Ya, claro, efectivamente, evidentemente, claro, claro”. Luego, cogió una amapola, cerca de allí cogió una hoja de un arbusto, luego otra y luego otra más allá…
Al fin se dirigió a Ramón.

Mira, amigo, amapolas, estramonio y floripondio, la tres son plantas alucinógenas. En pequeñas cantidades no provocan efecto, pero ingeridas  todas juntas y en grandes dosis resultan fatales. Tu caballo estaba anoche completamente drogado, borracho. Pudo envenenarse, menos mal que no terminó en una desgracia.
Ramón estaba perplejo de semejante diagnóstico.

Oye ¿Y ahora que va a pasar con el caballo?
Supongo que ya pasó el peligro. Yo le recomendaría que le dejes tranquilo un par de días. Vamos a tenerle un poco a dieta. Solo agua en abundancia.
Pues vaya lío en el que me mete.

Oye, ¿Tú que prisa tienes? Si llevas casi un mes rodando por el mundo que más te da un día más o menos. Yo creo que es mejor para el caballo no esforzarse para nada en un par de días. Así eliminará mejor todas las sustancias tóxicas que comió.   [continuará…]


Pepe Morán. Dominico/ex