domingo, 25 de enero de 2015
LA NOVIA DE MI AMIGO
Primero. Hay
dos grandes grupos. Los que piden haciendo algo (tocar algún instrumento,
cantar, vender algo, pintar etc…) y los que piden poniendo la mano sin más. A
los primeros nunca les niego una limosna, a los segundos, casi siempre.
Bueno, la única
vez que mendigué en la calle lo hicimos cantando. Digo hicimos porque éramos
tres. Arturo, Avanzas y yo en Londres. Arturo cantaba, Eugenio pasaba el dedo
en círculos como si fuera un tocadiscos, y yo con un bombín en la mano recogía
las limosnas. Arturo cantaba canciones asturianas en el corazón de Londres.
Cuando sacamos para unas cervezas, nos fuimos a beber.
Segundo. Luego
están los mendigos de a diario y los mendigos de ocasión. Los primeros te lo
ponen difícil, un mendigo de todos los días es malo de socorrer. Los mendigos
de ocasión son los más difíciles. Todos cuentan una milonga…que nunca sabes si
se están riendo de uno.
El más conocido
es que el que mendiga para completar el precio del billete. Perdió la cartera
y, claro…
El que te lo
pone tirado es el que dice que lleva dos días sin comer. A ese le pagas un
bocata o un menú y está resuelto (hay que vigilar que se lo coma). De toda
fauna de mendigos que pululan por ahí, el mejor es, como el mío, el que vende
clínex en un semáforo.
Así era el mío.
Pablo, se llamaba. Se había adjudicado en propiedad un semáforo en mi calle. Mi
calle desembocaba en una gran arteria: La avenida del Mediterráneo. Lógicamente
el semáforo de mi calle estaba mucho tiempo en rojo para los coches. Ideal para
el clinero, que tenía ante sí, ocho o diez coches cada poco a fin de ofertarles
su paquetito de pañuelos.
Pablo y yo nos
hicimos buenos amigos. Yo no le compraba clínex, pero le pagaba una caña al
día.
- - Entonces,
tú Pablo ¿Cómo te dedicas a esto tan joven?
- - Ya
ves, la vida…
- - Pero
¿Tienes familia?
- - Sí,
mi madre y una hermana.
- - Y
¿No vives con ellas?
- - No,
vivía. Me echaron de casa.
- - ¿Y
eso?
- - Porque
algunas veces llegaba a casa borracho.
- - ¿Algunas
o muchas?
- - Bueno,
bastantes…
- - Y
¿Dónde vives ahora?
- - Me
pago una habitación muy barata y con el resto voy tirando.
- - ¿Cómo
cuanto haces aquí cada día?
- - Unas
1500 pesetas.
- - Bueno,
amigo. Te dejo una caña pagada en el Cofi (pub de la calle).
- - ¡NO!,
que no me dejan entrar allí.
- - Bueno,
entonces te dejo pagada una lata de cerveza en el chino de al lado.
- - Eso
está mejor.
Así durante
días y días. También le suministraba algo de ropa. Alguna vez le compraba un
buen bocata. Supongo que yo era su mejor amigo. Un día que faltó llegó un
gitano rumano y se puso a mendigar. Tuve que tomar cartas en el asunto. Defendí,
creo que muy bien la plaza de mi amigo. Me encaré con el rumano, le mostré mi
carnet de la Biblioteca Nacional y le dije “Policía”. No quiero verte otra vez
por aquí. Si vuelves, te detengo.
No volvió.
Ya en
confianza, un día quise profundizar,
- - Bueno
Pablo ¿Nunca tuviste novia?
- - Bueno,
alguna.
- - ¿Y
ahora?
- - Ahora
tengo una chavala que anda por ahí abajo (señalando en dirección a la calle
Ciudad de Barcelona).
- - Hombre,
eso está bien. ¿Cómo la conociste?
- - Pues
un día que entré ahí abajo a un bar y ella estaba allí. Tomamos dos o tres
cervezas y yo quería irme a casa, pero empezó, no te vayas hombre, qué prisa
tienes, tómate otra…y al final me dijo ven conmigo hasta donde vivo y luego te
vas.
- - ¿Y
fuiste?
- - Sí,
fui con ella.
- - ¿Y
donde vivía?
- - En
un coche abandonado debajo del puente de
Vallecas.
- - Oye,
tío. No me fastidies. A ver si además del problema que tienes con el alcohol
vas a coger alguna enfermedad.
- - No,
tranquilo, ella es muy pero que muy limpia.
- - Ah,
bueno. Menos mal.
Pepe
Morán. Dominico-ex
PEDRÍN, EL PARIA
A pesar de que nunca le veía a esta persona hablar con
nadie, un día le eché coraje al asunto y me acerqué hasta su aposento y después de darle los buenos días él se puso de pie y me contestó muy
cortésmente, con lo que ya entablamos conversación; inicialmente, supongo que
sería sobre lo de siempre: del tiempo.
Luego, poco a poco, ya le fui preguntando
qué era lo que le había llevado a tener que vivir allí, así de aquella manera tan penosa. Él me contó que
había sido víctima de una serie de contratiempos y de desgracias a lo largo de toda su vida; por
cierto, a cada cual más truculenta y
azarosa, y que yo no debo contar aquí ahora.
El caso es que resultaba
persona afable y conversadora y nos fuimos haciendo amigos. Yo me hacía de cruces cuando me decía que llevaba viviendo allí en aquellas pésimas condiciones bajo una tela
de mala muerte, más de dos años; cosa
sorprendente para cualquiera, pero sobre todo, para los que sabemos muy
bien cómo se las gastan los inviernos leoneses. A mí me parecía imposible
aquello, pero era totalmente cierto. Una
vez que me puso al tanto de sus males
físicos y psicológicos, de vez en cuando
le iba a visitar y le llevaba una propinilla en dinero, algún alimento que otro
y ropas de abrigo. También le he ayudado a comprarse una nueva tienda de
campaña de mejor calidad que la que tenía, con techo doble y bastante más consistente que la
anterior, pero así y todo, en menos de
un año también se la comió la intemperie. Viendo que la tienda no era la mejor solución, con la ayuda de algún “colega” suyo se
construyó una especie de chabola a base de palés, puertas viejas, chapas,
plásticos y algún trozo de uralita que le facilitaron los jardineros del
ayuntamiento. Una vez montado el cobijo
aquel, aunque no era la solución
deseada, por lo menos ya no llovía sobre él y algo más protegido que antes sí estaba.
Yo he reparado en esta persona porque la veía con frecuencia
y me admiraba su valentía y capacidad de aguante para ser capaz de supervivir
a la intemperie en pleno campo. Cuando le preguntabas por las inclemencias del
tiempo nunca se quejaba en exceso. También me llamó la atención por lo ordenado
que era, tanto para su aseo personal
como para los pocos enseres que poseía y para el entorno natural que ocupaba.
Un día cuando fui a verle vino Elena
conmigo y estando allí hablando los
tres, vi que en la entrada de la chabola, bajo la penumbra de una chapa grande que
hacía las veces de porche, había una
mesa redonda pequeña y sobre ella se veía un jarrón con unas flores muy
vistosas. A primera vista pensé que eran naturales y le dije: ¡Hombre Pedrín!, ¡Vaya ramo de flores más exuberante y
más bonito que tienes ahí! ¿De dónde las has cortado? Y Pedrín de momento no contestó palabra, pero nos
extrañó su reacción ya que nada más oír la
pregunta adoptó cara de tristeza y se puso cabizbajo con el gesto grave. Transcurridos unos segundos y sin
levantar la mirada del suelo, nos dijo en voz baja que no eran flores naturales,
sino que eran de plástico y que era un homenaje que le hacía a las cenizas de
su novia que estaban allí mismo al lado,
en una urna funeraria y que le había dejado hacia poco tiempo.
En ese momento, Elena estuvo a punto de dar un salto
hacia atrás y de salir corriendo de allí, pero se contuvo por educación y
respeto al “viudo” y a la finada. A pesar de lo embarazosa que resultaba la situación en aquellos instantes, para
romper un poco el silencio producido, le dije
que si me las podía mostrar ya que yo nunca
había visto cosa tal y así lo hizo: el
hombre destapó aquel cofre de color
morado y, efectivamente, en el fondo
había un montoncito de cenizas similares a las que pueden producir unos palitroques. Tal que, viendo la tristeza que le
embargaba al mozo, al menos aparentemente, le manifestamos nuestro pésame y nos
despedimos de él hasta otro día
cualquiera.
Pasado un tiempo, un día estaba Elena hablando con unos
conocidos en la calle y salió a relucir la situación de este pobre hombre que
vivía en el campo solo, tipo Tarzán, y
mi mujer dijo: ¡Ah sí, Pedrín!, es amigo de mi marido. Y seguido les contó el detalle de las cenizas, a lo que una
de las personas del grupo apostilló: “Claro, claro, qué menos puede hacer ese
hombre que tener las cenizas de su novia a buen recaudo y ser respetuoso con
ellas. Es lo mínimo que se merece. Para eso en vida la tenía molida a palos
a la pobre víctima; tantos le dio, que la pasó a mejor vida en muy
poco tiempo, a causa de las borracheras que cogían los dos juntos y de las tundas que luego le propinaba un día
sí y el otro también. Tal que, en nuestro caso, el final de la historia no fue el esperado ,
pero la vida es así y así hay que tomarla.
La cuestión es que ahora hemos visto a Pedrín alguna vez que otra por la ciudad y lo hemos
encontrado vestido decentemente y aseado. También nos ha dicho que está muy contento en
el piso en el que vive junto con otros
parias como él, bajo el control de las personas que los han recogido y puesto a
vivir dignamente, como se merece todo ser humano, aún por truculento y oscuro que
fuere su pasado.
B. G. G. bloguero “Prior”
viernes, 23 de enero de 2015
REGRESO A CORIAS
No, no es un regreso físico, al menos de momento. Ya me gustaría dar una
vuelta estos días por ahí. Y aprovechar para echar unos cachaos de
vino acompañados de lacón, chosco o empanada en Santiso. Pero
otras ocupaciones, a pesar de estar jubilado, o quizá por eso, lo
impiden.
Solo se trata de un regreso, virtual como
dicen ahora, a través de una memoria alimentada por una conjunción de circunstancias. Soy de los que piensan, equivocado o no, que
se suele vivir, mejor o peor, en un evanescente
claroscuro llamado presente entre sueños de futuro
y olvidos del pasado. Al discurrir la vida y estar más lejos del
principio, y más cerca del final, los sueños van
escaseando al tiempo que el bosque de lo que pudo ser olvidado se va poblando.
Entonces algunos rayos del sol de la memoria penetran en ese tupido bosque y
recuperan parte del pasado. Cuando esto ocurre se acostumbra a rechazar, espíritu de autodefensa, los recuerdos que portan aires tristes y
malos, mientras se reciben con alborozo aquellos que los traen alegres y sanos.
No resulta esto tarea fácil. Como dicen que decía Séneca, “Nada necesita menos esfuerzo que estar triste”
No cabe duda que estos días, después de la pérdida de Víctor, todos andamos un tanto apagados y a la búsqueda de recuerdos gratos para combatir la siempre acechante
tristeza. Uno de los lugares donde se pueden encontrar esos recuerdos es en las
páginas de este blog. Luego cada cual busca otros filones que
alimenten de ánimos la vida.
Por mi parte, como decía, regresé a Corias de la mano de la novela Esperando
al rey escrita por José María Pérez, “Peridis”. Y no porque en ella aparezca Corias. La
trama comienza en el siglo XII cuando Alfonso VII, el emperador, divide el
reino de Castilla-León entre sus hijos Sancho y Fernando. El
libro confiere un inusual protagonismo a las siempre olvidadas por la historia;
las mujeres. También a los canteros que hicieron posibles las maravillosas
edificaciones románicas, cercanas ya al albor gótico, que
llegaron hasta nuestros días. Entre estos canteros aparece el
Maestro Mateo y sus afanes para acometer el Pórtico de la
Gloria, además de otros terrenales amores. Alfonso VII, según algún cronista, fue quien ordenó trasladar a
Corias, aunque otros aseguran que siempre permanecieron en Oviedo, los restos
de Bermudo I, su esposa Uzenda Nunilona (al escribir este nombre no entiendo
que pueda resultar extraño el mío) y su hija
Cristina.
Además de
novelista, dibujante y humorista -su viñeta diaria
en El País es de las más celebradas desde que, casi con fórceps, se logró la transición democrática- José María Pérez fue el arquitecto que
dirigió la remodelación de nuestro antiguo convento-instituto
con innegable acierto (de nuevo según mi opinión) a pesar
algunas feroces críticas recibidas. Críticas sustentadas en la mayoría de los casos por intereses políticos, o de
otra índole, más que por razones históricas o estéticas.
En el libro en cuestión, encasillado como novela histórica, se
respira en todas sus páginas respeto y admiración por el legado histórico arquitectónico.
Respeto y admiración que, salta a la vista, trasladó a Corias.
El preámbulo, toda
una declaración de principios, corresponde a un fragmento de un texto de César Vallejo:
“Y yo te digo: cuando alguien se va, alguien queda. El punto por
donde pasó
un hombre ya no está solo. Únicamente está solo, de soledad humana, el lugar por
donde ningún hombre ha pasado.
Las casas nuevas están más muertas que las viejas, porque sus
muros son de piedra o de acero, pero no de hombres. Una casa viene al mundo, no
cuando la acaban de edificar, sino cuando empiezan a habitarla. Una casa vive únicamente de hombres, como una tumba. De aquí esa irresistible semejanza que hay entre una casa y una tumba.
Solo que la casa se nutre de la vida del hombre, mientras la tumba se nutre de
la muerte del hombre. Por eso la primera está de pie,
mientras que la segunda está tendida”
Nadie puede negar que el monasterio,
convento, o como queramos llamarlo, de Corias, desde la más primitiva construcción - su evolución está representada con riguroso acierto en las maquetas existentes en el
actual museo - hasta su condición actual de parador, es una casa viva. Viva por las
miles de personas, religiosas o laicas, profesores o alumnos, visitantes
o residentes que pasamos o pasarán por allí.
Cada uno, en él, puede
reconocer sus huellas. En las escaleras desgastadas, en los pasamanos, en la
araucaria, en las antiguas amistades, en los miedos de aquel presente y la
esperanza de aquel futuro, en la demora para acudir al aula de estudio y la
precipitación para salir al recreo, en las lágrimas aún por secar derramadas sobre los antiguos pavimentos, y, si se
presta atención, se pueden oír sollozos quedos, sonoras risas y el
grito fuerte de algún fraile airado.
Se acometieron las reformas imprescindibles
para su nuevo cometido. Sin embargo, al caminar en el silencio de la noche por
los pasillos de los claustros, se siente, al menos yo lo sentí, que se está donde se estuvo.
Recuerdo cuando alojado en lo que ahora es
parador, al pasear por el claustro envuelto por la soledad de la noche, me
rondaban unos versos que si no recuerdo mal decían algo así:
Del
claustro, esbelto y verde surtidor,
árbol de
allende los mares traído,
la
araucaria te ha reconocido,
el
silencio es su saludo acogedor.
Frondosos
setos de boj alrededor,
laberintos
que ya has recorrido,
¿fugaces
destellos de quién has sido?,
hoy solo un huésped llegado
al Parador.
Parador
ave fénix del convento,
versado
centro, fuente de lecciones
que
del saber fueron primer sustento.
Si
en él de nuevo buscas ilusiones,
descubrirás que vano es el intento,
si
lejanas están ya tus pasiones.
ulpiano
rodríguez calvo
jueves, 22 de enero de 2015
lunes, 19 de enero de 2015
Querido Gión
Tenías razón, querido Gión
Las amistades de virtud, son las verdaderas, que diría Aristóteles.
Y es que tus virtudes eran tantas que por eso te has ido enriqueciendo
de amigos que coincidimos todos en opinar lo mismo de ti y sospecho,
cada vez más, que estar de acuerdo es la mejor de las ilusiones.
Desde el momento en que llegamos a esta vida, el tiempo nos gobierna; lo medimos, sí, pero no podemos vencerlo. Adiós Gión. Todos te recordaremos como un maestro de la empatía, de la sonrisa, de la generosidad,
Los amigos que se mueren en enero, en Reyes, parecen llevarse con ellos, entre jirones de la vida, no ya una hoja del calendario sino, todo el año. Tendrías que ver cuántos amigos te acompañaban ayer en el tanatorio, cuántos hoy en el templo, a cuántos se nos escapó una, o más de una, lágrima.
Dije a algunos de nuestros amigos comunes, que, ahora, ya tenemos un santo más al que suplicar.
La vez que gritaste mi alias en Ribadeo, las veces que me llevaste en coche a mis ligues, o a Gera, o las veces que coincidimos en el parque con nietos, Ay, Víctor, a partir de cierta edad nos empezamos a quedar sin maestros, sin padres,, sin referencias,, ese proceso natural que forma parte de la condición humana, pero lo que cuesta asumir la muerte de amigos como tú.
Trato de que la muerte, me llegue como me dijo tu esposa Aurelia, en paz.
17 de Enero del 2015 - José Manuel Fernández Rodríguez (Oviedo)
La Nueva España » Cartas de los lectores » Tenías razón, querido Gión
Desde el momento en que llegamos a esta vida, el tiempo nos gobierna; lo medimos, sí, pero no podemos vencerlo. Adiós Gión. Todos te recordaremos como un maestro de la empatía, de la sonrisa, de la generosidad,
Los amigos que se mueren en enero, en Reyes, parecen llevarse con ellos, entre jirones de la vida, no ya una hoja del calendario sino, todo el año. Tendrías que ver cuántos amigos te acompañaban ayer en el tanatorio, cuántos hoy en el templo, a cuántos se nos escapó una, o más de una, lágrima.
Dije a algunos de nuestros amigos comunes, que, ahora, ya tenemos un santo más al que suplicar.
La vez que gritaste mi alias en Ribadeo, las veces que me llevaste en coche a mis ligues, o a Gera, o las veces que coincidimos en el parque con nietos, Ay, Víctor, a partir de cierta edad nos empezamos a quedar sin maestros, sin padres,, sin referencias,, ese proceso natural que forma parte de la condición humana, pero lo que cuesta asumir la muerte de amigos como tú.
Trato de que la muerte, me llegue como me dijo tu esposa Aurelia, en paz.
17 de Enero del 2015 - José Manuel Fernández Rodríguez (Oviedo)
Sindo, memorias de un caballo (VI)
Cuando volvían
para el pueblo Ramón le preguntó: Oye y digo yo ¿Y los demás animales que
pastan allí, por ejemplo los toros? ¿Qué pasa con ellos?
Hombre, te me
has anticipado. Después de comer te explico algo que te sorprenderá. ¿Tú eres
aficionado a los toros?
No, en Asturias
no es que haya mucha afición. Ahí el ganado es más bien para carne y leche. Yo
nunca asistí a una corrida de toros.
Prefiero que no
seas aficionado porque así te lo podré explicar. Hay cosas que los aficionados
no quieren oír.
Este enigmático
anuncio no pasó a más, pues llegaron a casa del boticario y después de los
saludos protocolarios se sentaron a la mesa…
Comieron muy
bien y con el inevitable vino de pitarra.
¿Te gusta
nuestro vino? Preguntó el boticario.
No soy un
experto, pero me parece muy adecuado para las comidas. Contestó Ramón.
Yo creo que el
Rioja es más vino, pero aquí nos vale con este de la tierra. Además es más
barato. Añadió el boticario.
A la hora del
café Ramón, tenía un lío en la cabeza. No lograba quitarse de la memoria la
dichosa sonrisa y ahora estaba intrigado sobre cuáles serían las extrañas
revelaciones que le anunció el boticario.
Bueno ¿Qué era
lo que me tenías que contar de los toros? Estoy intrigado.
Ya, me imagino.
Mira te lo puedo explicar en pocas palabras. Escucha: tú eres testigo de lo que
le pasó al caballo ayer en la dehesa.
Sí, claro.
Estaba como enloquecido.
Exactamente,
estaba enloquecido.
¿Por qué? Pues
es muy fácil, se había metido tal dosis de droga, que se le puso el cerebro del
revés.
Ya, pero ¿Y los
demás animales? ¿Y los toros?
Pues a eso
vamos. A los toros también les encanta comer esas plantas, y ocurre que andan a
borrachera diaria. Un toro normal come kilos y kilos de esas plantas un día sí
y otro también ¿Resultado? Se convierte en un adicto a las drogas. Es más, este
estado de perpetua borrachera les va estropeando el cerebro. Mira, cuando un
toro de esos va a una plaza de toros para ser lidiado, tiene menos cerebro que
un mosquito. Tú piensa lo siguiente. El toro sale a la plaza medio cegado por
el sol y le enseñan un trapo. El animal, disminuido mental como te dije,
arremete contra el trapo. Hasta ahí todo normal. Le vuelven a enseñar el mismo
trapo y el toro vuelve a descargar su furia contra el engaño. Otra vez a
empezar. Otra vez el trapo y el toro a picar en el engaño.
Este es el
momento en el que el público si no fuera tan fanático, se levantaría y se iría.
¿En qué cabeza cabe que el toro o cualquier otro bicho vaya tres, veinte,
cuarenta veces al mismo trapo? En condiciones normales, el toro iría a buscar
el cuerpo de quien le enseña el engaño. No lo hace. Se puede decir que su
cerebro no le sirve para nada. Lo lógico en este caso sería que el animal diera
media vuelta y se fuera. O se lanzara a por el vientre del torero. Pero nada de
eso ocurre. Ahora sabemos la razón. Tiene el cerebro destrozado de tantas
borracheras. Se puede decir que es un animal idiotizado. Todos sabemos que es
así, pero por rutina o por interés nadie quiere destapar el engaño.
Hubo autores
que lo vieron claro y que reclamaron un cambio en la fiesta: sustituir el toro
por un tigre, por un gato, etc… Nadie me negará que las corridas serían más
emocionantes.
¿Qué te parece?
Yo entiendo
poco, pero me da que tienes razón. ¿Cómo se explica que un animal por tonto que
sea acuda cincuenta veces al mismo engaño? Tienes razón.
Bueno, en
realidad hay otro bicho que tiene un comportamiento parecido. La mosca.
¿La mosca?
Es capaz de
acudir a la misma calva cincuenta veces seguidas. Está el señor calvo leyendo
el periódico y una mosca, no sabemos porque hechizo que le produce la calva, se
lanza a ella. El señor manotea para espantarla. Lo consigue, pero la mosca
vuelve una y otra y otra vez.
Igual que el
toro…
Sí, pero aquí
no es porque sea tonta, es que la mosca no tiene memoria. Una mosca no retiene
nada en su memoria, más allá de 1/10.000 de segundo. O sea, no recuerda nada y
vuelve otra vez a la calva seducida por no se sabe qué imaginarias suculencias se esperará encontrar.
La cosa termina en el que el calvo, con los nervios destrozados, dobla varias
veces el periódico y lo confecciona a modo de estaca, le atiza un “periodicazo”
a la mosca para que se deje de molestar.
Muy
interesante.
¿Otro cafetito
o un orujo?
No gracias, me
gustaría ver como sigue Sindo.
Venga, vamos.
Pero llevará un par de días lograr que se desintoxique de todo. Voy a ver si me
entero de quien nos puede facilitar una calabaza grande para dársela a comer.
Bien, te voy a
dejar que tengo que ir con mi mujer a ver a mi suegro que anda algo mal. Si
acaso nos vemos luego por la noche ¿Vas a ir al cine?
Sí, me ha
invitado una chica.
Oye, pero si
acabas de llegar ¡Qué rápido eres…!
Ya te la
presentaré. Hasta luego.
Hasta la noche.
Ramón pasó la
tarde vigilando a Sindo. Este había recuperado su actitud de tranquilidad que
le era habitual.
El pobre Ramón,
se dio cuenta de que la imagen risueña de la maestrita llevaba camino de
quedarse indefinidamente en su cabeza. Para él era un peligro, del que, por
circunstancias normales, huiría por puro miedo. Quizás el hecho de encontrarse
allí de paso, evitó que se atenuara la proximidad de aquella incipiente
atracción. A fin de cuentas el martes se iría de allí y sería un simple
recuerdo.
Durante un buen
rato se dedicó a jugar con el Jass. Le arrojaba una pequeña pelota que el perro
atrapaba y le volvía a entregar. Ramón le daba de vez en cuando una galleta y
le acariciaba. Pronto se reunieron allí unos cuantos críos, que aplaudían. Uno
de ellos, más decidido, le pidió a Ramón que le dejase tirar la pelota. Así lo
hizo y se armó una batalla entre los demás chavales, todo querían lanzar la
pelota.
Hacía las nueve
apareció Gloria. Venía a concretar lo del cine. La película se proyectaba en el
patio de la escuela, al aire libre, pero se pagaban 50 céntimos para entrar al
patio. Empezaría a las diez y cuarto. Se trataba de una película titulada
“Raíces profundas” con Alan Ladd como protagonista. Gloria le explicó que
previamente tenían que pasar por su casa a recoger una silla cada uno.
Eran las diez
cuando Ramón y Gloria portando una silla cada uno se presentaron a la puerta
del patio escolar. Dos entradas, en total una peseta. Había varios críos por
allí que miraban con los ojos bañados en lágrimas. No tenían los cincuenta
céntimos. Ramón quiso pagarles la entrada a cuatro o cinco, pero Gloria le
advirtió que resultaba muy delicado decidir a quién sí y a quién no. Ella era
partidaria de dejar las entradas pagadas en taquilla y desatenderse del tema.
Que se las diesen a quien les pareciera.
El patio estaba
abarrotado. Muchos niños estaban sentados en el suelo. Se puede decir que todos
los que disponían de una peseta se daban cita allí. El organizador era el cura
y había cine cada quince días. El público era poco exigente en general, pero el
cura sabía que a los críos les entusiasmaban las películas del Oeste. Gritaban,
aplaudían, avisaban al protagonista de los peligros. ¡Cuántas películas no
hubieran terminado si no fuera porque los niños y algunos no tan niños avisaban
a tiempo al “bueno” y este lograba “sacar” a tiempo”!
Por ejemplo, en
ésta. Cuando Alan Ladd o sea, Shane en la película, después de dejar K.O a Jack
Palance a puñetazos en el salón se descuida un momento y un compinche del malo
apunta desde lo alto de una escalera. Está a punto de recibir un balazo. Es
momento en el que todos los niños gritan unánimes ¡SHANE! Y este se tira a un
lado y, en un escorzo precioso, saca y le incrusta una bala en la frente al que
apuntaba. Este cae escaleras abajo mientras los críos, aplauden. No es para
menos. Gracias a ellos el bueno logra disparar a tiempo.
Gloria y Ramón
estaban casi tan metidos en la película como los niños. En el momento en que el
pistolero apunta a Shane desde la escalera. Gloria da un grito, se tapa los
ojos con la mano izquierda y con la derecha coge la mano de Ramón. Este le coge
la manita que busca su apoyo y la aprieta como diciendo “tranquila, bonita, que
aquí estoy yo”. Cuando en la pantalla aparece la palabra END, Ramón seguía con
su mano entrelazada con la de Gloria.
Los dos
lamentaron que aquella palabreja que anunciaba el final viniera a romper el
encanto de aquel trato en que ambas manos se acariciaban con infinita
delicadeza y vivían emocionados el placer de aquel contacto que les tenía
enajenados.
Cuando se
pusieron en pie, se miraron durante unos segundos. Gloria tenía los ojos
brillantes a medias de gozo y de lágrimas.
Cada uno cogió
su silla.
¿Me acompañas a
casa?
Por supuesto.
No faltaba más.
Pepe
Morán. Dominico-ex
miércoles, 14 de enero de 2015
Sindo, memorias de un caballo (V)
Ramón dio en
pensar que allí se había acabado su viaje. Es más, le disgustaba la idea de que
no iba a ser posible vender un caballo, que además de feo, estaba loco.
Se sentó,
confiando en que se le pasaría o que
terminaría por cansarse y se dejaría coger. Era la una de la madrugada y Sindo
seguía corriendo de un lado para otro, sin control alguno. Por momentos se
detenía unos instantes. Ramón trataba entonces de ponerle una cabezada. Sindo
escapaba de nuevo, no había manera.
A eso de las tres y cuarto el caballo se fue acercando al carro con síntomas de agotamiento. Ramón desde el pescante le decía palabras cariñosas para ir suavizándolo. A las tres y media se acercó. Le pasó la mano por el cuello y le habló tiernamente a la oreja. El pobre Sindo se rindió. No sabía qué ocurría pero se rindió. Dejó que Ramón le atara a un árbol. Ya había pasado lo peor. Faltaba averiguar cuál había sido la causa de lo ocurrido al animal.
De momento,
procedía a dormir un rato y a ver si lo podía aclarar con un veterinario,
luego, en la mañana del sábado la tranquilidad de todas las noches volvió a
reinar en el pequeño campamento.
Faltaban unos
minutos para las diez y nuestro viajero estaba en la Plaza Mayor. Apenas dos o
tres tiendas estaban abiertas. El bar abría en ese momento. Allí se dirigió
Ramón.
“Oiga, por
favor ¿Dónde podría encontrar al veterinario?” Le preguntó al dueño del bar.
“Lo siento
Señor, aquí en este pueblo no hay veterinario.” Contestó, y a continuación
“¿Qué problema tiene?”
“El caballo,
algo le pasó esta noche.”
“Bueno, si
quiere mi consejo, vaya a ver al boticario. Sabe más de animales que todos los
veterinarios juntos. Ya me lo dirá.” Dijo el del bar.
Ramón se
encaminó hacia la botica, que acababa de abrir.
“Muy buenas,
quería consultar algo con el boticario”. Dijo.
“Hola, ¿Qué
tal? Usted es el minero asturiano ¿Verdad?”
“Sí, llevo aquí
veinticuatro horas y ya veo que está enterado todo el mundo”.
“Sí, claro
comprenda que no solemos tener visitas a diario. Es una novedad. Bueno ¿En qué
puedo serle útil?”
“Pues me han
mandado a hablar con usted, es algo de mi caballo y dicen que usted sabe mucho de los animales. Vera
usted…” y le relató con todo tipo de pormenores lo ocurrido.
¿Y todo esto
dentro de la dehesa, cerca de la entrada de la carretera?
Sí,
exactamente.
Bueno ¿Dices
que ahora mismo está atado?
Sí, así le
dejé.
Bueno, es
importante sacarle de allí cuanto antes. Vete y a ver si puedes uncirle al
carro y traerlo aquí a la plaza. Yo iré por allí cuando cierre al medio día.
Que sé lo que le pasa, pero necesito verlo sobre el terreno.
Ramón, se fue a
la finca inmediatamente. Allí todo estaba en paz. El Jass le recibió como
siempre, poniéndole sobre el pecho las patas delanteras, que es como saludan
los perros cariñosos.
Sindo estaba
tranquilo y le dedicó una somera mirada. Ramón se acercó a él, le dio varias
palmaditas, le acarició el pescuezo, todo musitando palabras relajantes.
Cuando vio
claro que Sindo ya no tenía peligro, lo desató y le hizo entrar entre los
varales del carro. El pobre caballo ya era el de siempre: tranquilo, sumiso,
obediente, serio.
No se hable
más. Salieron camino de la plaza con la tranquilidad de tantos y tantos días,
pasados por el mundo.
Cuando paró el
carro frente a la farmacia, salió el boticario y tras echar una ojeada a Sindo,
recetó: “Mira, coge un cubo y llénalo de agua, ahí en la fuente. Luego disuelve
una aspirina en un vaso y échalo al cubo. Que beba todo. Luego, si admite más
agua, le pones otro cubo con otra aspirina. Así hasta tres veces si es que lo
bebe, que apostaría que sí”.
Ramón, siguió
las instrucciones del boticario. Hasta tres cubos de agua se bebió y, claro,
tres aspirinas. Se le fue la mañana en buscar cubos de agua y observar la
reacción del caballo.
Ya al filo de
la dos de la tarde, se acercó una chica joven, bien parecida y con el aspecto
de no ser del pueblo. Su ropa, su cabello cuidado, todo su aspecto la hacían
diferente. Se acercó a Ramón.
- - Hola
soy Gloria, una de las dos maestras del pueblo. Le tendió la mano.
- - Encantado.
- - Eres
la novedad del pueblo ¿Lo sabías?
- - Eso
parece.
-
Escucha,
si vas a estar aquí el lunes me gustaría que fueses hasta la escuela. Me agradaría que les dijeses cosas de la mina a los niños mayores.
- - No
sé qué decirte. Yo no sé hablar como los maestros.
- - No
importa. Yo te voy preguntando cosas y tú nos cuentas.
- - Tampoco
sé si voy a estar el lunes.
- - Bueno,
suponiendo que estés. Prométeme que acudirás.
- - Bueno,
si te empeñas.
- - ¿Qué
vas a hacer esta noche? Porque ponen cine. Una del Oeste. Te invito a verla.
Gloria se fue,
la vio ir, la siguió con la mirada. Ramón se fijó en su sonrisa al recordarla.
Había sido un momento y le daba la impresión de que la conocía hacía mucho
tiempo, que le era familiar. Lo que no entendía, era como podía ponerse seria
por ejemplo, en clase. Es que sonreía con toda la cara, no solo con la boca.
Los ojos, los párpados, las cejas, los pómulos. No concebía que pudiera no
sonreír. ¿Qué habría tras aquella sonrisa tan natural? Tenía cara de pillina,
sin que lo fuese. Parecía una sonrisa de adolescente. En bable se diría que
tenía la cara de guajina revoltosa. Y luego la naturalidad de la chica fue lo
que más le desconcertó.
No le había
dado oportunidad de ponerse en guardia como solía hacer con todas las que
conocía por primera vez. Sus amigos en Carisia, le solían decir que o tenía
miedo a las mujeres o no tenía ganas de comprometerse. Sí era verdad que sentía
un poco de vértigo cuando se sentía ligeramente atraído por alguna chica. Su
orfandad desde casi la cuna le había marcado. Por una parte le atraía algo que
le era desconocido, la dulzura femenina. Pero ese mismo desconocimiento, le
provocaba una especie de miedo a lo desconocido y de timidez.
A la espera del
cierre de la botica, mientras terminaba de atender a la salud de Sindo, se
sentó al lado de la fuente y trató de quitarse de la cabeza la imagen risueña
de la maestrita. La alarma sobrevino cuando se dio cuenta de que llevaba más de
media hora pensando en ella. Jamás le había ocurrido y, el pobre, falto de
experiencia previa no se percató de lo peligroso que puede llegar a ser tener
durante tanto tiempo en la mente la
imagen fija de una chica. Es tentar a la suerte y acercarte demasiado al
precipicio. Si piensas en una, media hora seguida, estás ante el riesgo de
pensar en ella una hora, dos horas… y eso nunca le había ocurrido. El recuerdo recurrente de la dichosa sonrisa
le resultaba inevitable de dominar. En fin, que, como siempre. Por ahí se
empieza.
Por no poder
evitar una imagen que resulta a un tiempo deliciosa y no deseada.
Sintió que
naufragaba cuando se percató de que sería estupendo volver a verla sonreír.
Durante un rato se debatió, por primera vez en su vida entre el deseo de estar
otro rato mirando aquella carita, y su temor a involucrarse en algo que no le atraía.
A las dos vino
el boticario a sacarle de esa pesadilla.
¿Vamos? Tengo
que ver por donde anduvo comiendo ayer el caballo. Y se fueron camino de la
dehesa. De camino el boticario ofreció:
- - Oye
¿Dónde tenías pensado comer hoy?
- - Bueno,
como siempre, llevo comida en el carro.
- - No,
mira ya avisé a mi mujer que estás aquí y vienes a casa a comer con nosotros. Y
no me digas que no. La comida ya está preparada.
- - No
me dejas escape ¿Verdad? Replicó. Bien, comamos en tu casa.
- - Además,
prosiguió el boticario, seguramente tendré que hablar contigo un rato después
de comer. Me temo que hoy te vas a enterar de cosa que ni te imaginas.
- - ¿De
qué me hablas?
- - Espera
un momento y lo verás. Necesito confirmar una sospecha que lleva toda la mañana
rondándome la cabeza.
Cuando llegaron
al lugar donde había pasado la noche, Ramón y su amigo Sindo, el boticario empezó a
escudriñar el suelo, caminando de un sitio a otro. Cada poco Ramón, le oía
decir “Ya, claro, efectivamente, evidentemente, claro, claro”. Luego, cogió una
amapola, cerca de allí cogió una hoja de un arbusto, luego otra y luego otra
más allá…
Al fin se
dirigió a Ramón.
Mira, amigo,
amapolas, estramonio y floripondio, la tres son plantas alucinógenas. En
pequeñas cantidades no provocan efecto, pero ingeridas todas juntas y en grandes dosis resultan
fatales. Tu caballo estaba anoche completamente drogado, borracho. Pudo
envenenarse, menos mal que no terminó en una desgracia.
Ramón estaba
perplejo de semejante diagnóstico.
Oye ¿Y ahora
que va a pasar con el caballo?
Supongo que ya
pasó el peligro. Yo le recomendaría que le dejes tranquilo un par de días.
Vamos a tenerle un poco a dieta. Solo agua en abundancia.
Pues vaya lío
en el que me mete.
Oye, ¿Tú que
prisa tienes? Si llevas casi un mes rodando por el mundo que más te da un día
más o menos. Yo creo que es mejor para el caballo no esforzarse para nada en un
par de días. Así eliminará mejor todas las sustancias tóxicas que comió. [continuará…]
Pepe
Morán. Dominico/ex
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