lunes, 24 de agosto de 2015
San Martín de Semproniana
Había, en San Martín de Semproniana, (aquí es
donde se ubica la iglesia Parroquial y naturalmente el cementerio de la
parroquia a que yo "pertenecía"), una mujer muy conocida por ser
virtuosa. Cuando murió su marido no se contentó con guardar el duelo como todas
las demás mujeres, sino que quiso quedarse en la tumba acompañando a su marido
y morir de inanición, sin que pudieran disuadirla familiares, vecinos,
amigos,…, ni el cura de la parroquia del que decían tenía muy buena mano con
las viudas. Permaneció llorando por su marido sin otra compañía que las visitas
que, una criada joven e inseparable, le hacía cuidando del candil que iluminaba
la esquina de cementerio donde le había tocado en desgracia abrir la tumba, no
se quedara sin aceite.
Por aquel
entonces, cuando ya habían pasado unos días, la autoridad local ordenó que
aplicaran el garrote vil, —no se conocía por aquellos tiempos ni lares la
guillotina—, a un criminal (acusado de filicidio y uxoricidio) de La Zorera,
pueblo muy cercano a la Fana de Ginestaza, en la margen derecha del Narcea
(lugar misterioso del que sé otra historia tan creíble como la presente en la
que se desvela el origen de tal argayo) cuyo cadáver trasladaron junto a este
cementerio de Semproniana, pues tenía un aparte del mismo donde enterrar a
ateos, excomulgados, y cualquier otro que no fuese católico o que simplemente
lo demandara. Lo colocaron mal colgado de una cruz para escarnio y befa de
cualquier ciudadano, muy cerca del lúgubre lugar de la sepultura que velaba la
virtuosa viuda. (Sabréis, conspicuos blogueros, que el último ejecutado por
este sistema, garrote vil, en el mundo entero, fue en Tineo, donde, hasta hace
unos años, ahora ya no sé pues la actuación (perdón entiéndase especulación)
urbanística todo lo asola, aún existía un hito, o algo así, de piedra donde se
llevó a cabo la ejecución allá por 1897).
Pues, el
soldado que guardaba el cadáver para evitar que se lo llevaran, oyó ya de
madrugada, gemidos y se acercó a ver qué ocurría. Se encontró con la
desconsolada viuda que hacía compañía al cadáver de su difunto esposo. El
soldado, enternecido por la escena, le llevó su humilde comida y la animó a que
probase algún bocado, pues era necesario continuar con la vida.
Ella al
principio no le hizo caso. Antes bien extremó sus demostraciones de dolor, pero
después, animada por el vino, se fue ablandando, sobre todo cuando el soldado
le decía que los espíritus de los muertos no le agradecerían su sacrificio. Le
dijo además que el ejemplo del cadáver le debería demostrar lo corta que es la
vida y cómo se debería dedicar a disfrutar de ella mientras pudiese. Tras,
por fin, haber comido, comenzó a mirar con más agrado al soldado y al final, no
tan al final..., sucumbió a sus requerimientos amorosos. Durante tres noches se
estuvieron acoplando en el hipogeo. De esta forma, cuando los familiares del
asesino se dieron cuenta de que la guardia se relajaba de noche, fueron al
lugar, descolgaron el cadáver y se lo llevaron. Cuando el soldado regresó al
lugar del suplicio y vio que la cruz estaba vacía, previendo el castigo que le
tocaba, sacó su espada y se dispuso a quitarse la vida. Pero la mujer, exclamó: -¡¡ Que los dioses no permitan que yo
pierda a dos hombres a la vez !! Prefiero colgar al marido muerto que perder al
amante vivo.
De este modo, antes que el sol
asomara tras la silueta de La Llama, loma que hay entre Gera y Arganza, —dato
que cito a modo de referencia geográfica, para que no se crean ustedes que ando
por los cerros de Úbeda pues lo demás es transcripción fiel del relato que un
insigne vecino me contó sentados sobre una pared que separaba dos prados donde
pastoreábamos ambos respectivos rebaños de vacas— y por donde pasé a caballo
camino de Corias, (He aquí la referencia a -C-o-r-i-a-s- la primera vez que
allí me llevaron— y descubriese el cambalache, sacaron el cadáver del marido y
lo colgaron de la cruz…
sábado, 22 de agosto de 2015
¿TERRAZAS, O ZAHÚRDAS?
Un día de estos pasados, en una entrada que puse en mi página de Facebook , hacía referencia a las “plazas duras” de las ciudades y destacaba el efecto dulcificador que puede
producir en un buen número de usuarios o
visitantes de estos espartanos lugares, la
simple presencia de un
árbol o cualquier otra planta viva colocada
adecuadamente, ya que estos austeros espacios han sido concebidos y diseñados con
pocas florituras y recovecos, precisamente para poder mantener la integridad y soportar
el trajín y la permanencia de multitud de jóvenes que se divierten saltando y violentando todo
lo que esté a su alcance, que sea
susceptible de ello, durante las largas
noches de alterne, bullicio y botellón.
Sin embargo, para el resto de la
ciudadanía estos populares y recios lugares suelen resultar poco atractivos y acogedores, debido a la excesiva diafanidad y a la falta de encanto.
Algo parecido pasa con ciertas fachadas de edificios que muestran pequeñas terrazas al exterior que con
solo mirar hacia algunas de ellas ya dan ganas de girar la cabeza y dirigir la
vista hacia otro lado. El inmediato rechazo del paseante hacia estos reducidos
espacios semiabiertos, no se debe a la estrechez y raquitismo de sus dimensiones, sino
más bien al mal gusto de sus propios usuarios
que las mantienen recargadas excesivamente de trastos allí arrumbados
y mal colocados, con el agravante de que el antiestético contenido de estos recintos
es perfectamente visible desde la calle.
Cuando se opta
por vivir en un edificio de pisos, es de
suponer que también se es
consciente de los inconvenientes que puede
acarrear con el tiempo la permanencia en un tipo de vivienda de este tipo, pero por otro
lado pienso que no se es del todo consecuente. El elegir un piso como morada
supone aceptar el tener que estar recluido en una especie de cajón compartimentado de
base rectangular, cuadrangular o picuda, numerado
por altura y por mano, donde también se debe tener claro que aquello no es más que una de las múltiples cuadrículas en
las que se dividen las mastodónticas construcciones con formas paralelepipédicas
regulares e irregulares, que a modo de colmenas humanas se agrupan en colonias, urbanizaciones o barriadas, y que conforman una buena parte de las ciudades y, por lo tanto, es deber y obligación del que la adquiere mantenerla aseada y con cierto decoro; sobre todo, los espacios que son más visibles desde la
calle.
A la hora de adquirir un piso todos procuramos que una buena
parte del inmueble dé al exterior, con orientación favorable, para que sus ventanales resulten alegres y así podamos asomarnos y ver el continuo ir y venir de la gente por las
calles. Pero cuando se trata de las pequeñas
terrazas exteriores, eso ya es otro
cantar muy diferente y algunos más que pensar en la terraza como lo que es, un
espacio semiabierto que permite sentirnos
algo más libres que dentro del piso, no
lo consideran así y lo utilizan como un lugar más propio para dejar todo lo
inservible. De ahí que, cuando alguien de la casa necesite acceder a estos hacinados y exiguos recintos, como
son las amas de casa que lo hacen varias veces al día, por necesidades del hogar, deben pensárselo bien
antes pues, con solo verse momentáneamente envueltas entre semejante maremágnun de trastos y cachivaches, eso ya supone todo un atentado contra el orden y el buen gusto.
En el mejor de los casos, el que ose asomarse a uno de estos
lugares, lo más probable es que se dé de bruces con los tendales de la ropa recién lavada y colgada, prenda por
prenda, en las cuerdas del tendedero.
Pero aún peor es llegar a la situación
de tener que dudar si en realidad la
persona está en una terraza, o en una
especie de trastero abierto, atestado hasta el techo de diferentes bártulos, todos ellos amontonados
de cualquier forma sin orden ni control alguno, lo mismo que si acabaran de ser rescatados de una riada.
Por desgracia esta imagen tercermundista que se repite en algunas
de las terrazas de ciertos barrios en
las ciudades, es difícil de erradicar pues, como
no hay espacio libre en el interior de
las viviendas, los enseres de uso menos frecuente se tienen que situar en algún sitio donde menos estorben, y la única opción viable es sacarlos a la terraza. Pero la impresión que proporcionan estas zahúrdas, vistas desde
la calle, es deprimente, similar al de una pocilga.
Las joyas más habituales que se suelen mostrar colgadas,
a modo de perchero, en estos atiborrados
y variopintos corredores-expositores suelen
ser tales como: monos de trabajo berreteados
de pintura, gorras de visera de propaganda sucias, rodillos y botes de pintura usados, escaleras plegables, bicicletas de niños rotas,
muñecos mutilados de algún miembro, peluches de grandes tamaños, escobones,
cubos y palos de fregona, baldes de plástico, garrafones, matas de guindillas
secas, ristras de ajos, juguetes varios,
diversos artilugios de deporte, aperos de pesca, jaulas vacías, cajas de frutas…,
qué sé yo. La intemerata.
Pues bien, si uno tuviere la mala fortuna de tener que
pasar con frecuencia por delante de alguno de estos cuchitriles, y si ha
sido capaz de superar el primer choque visual contra tanta quincalla junta, qué menos que seguidamente pueda desviar la vista hacia algo cercano más relajante, como muy bien podría ser el exterior de una simple terraza
como la que muestra la foto. Así por lo menos, para la siguiente vez cuando el
paseante se vea en semejante aprieto, podrá
elegir entre el mirar para el desorden y la zafiedad, o para algo atractivo y
puesto con “xeito”.
B. G. G.
bloguero “Prior”
jueves, 13 de agosto de 2015
Sin título III
QUIEN DA PAN A PERRO AJENO, PIERDE PAN Y PIERDE
PERRO
Me
gustaría saber si en alguna otra lengua existe un dicho homologable a este
nuestro. Es posible que sea un producto nacional. Solo es concebible semejante
mezquindad en un pueblo que hasta hace cuatro días llevaba obsesionado con la
comida miles de años. Tratad de imaginar qué comían nuestros antepasados hace
cientos de años. Hasta que llegó el maíz y luego la patata a nuestra dieta no
es fácil comprender de qué se alimentaban. Cultivaban ciertos cereales de baja
calidad y rendimiento. Algo de leche y sus derivados. Las fabas también vinieron de América. ¿Con qué podían hacer un
pote? De hecho el pote es de finales del siglo XIX.
O sea que algún famélico español de hace
tiempo recriminó a otro compatriota suyo que le diera un trozo de pan a un
perro: “¿Pero qué haces? No ves que si le das un trozo de pan te quedas sin el
perro y sin pan.
Es
decir, que dar pan a un chucho no se concibe más que si intentas robárselo a su
dueño. Yo tengo una sólida amistad con tres perros (Golden Retriever) que
pasean al atardecer con sus dueños por el parque de Pola. Casi siempre llevo
alguna golosina perruna. Les acaricio, les mimo y les doy una golosina. Cuando
me ven, ellos ya se acercan a mí, me miran y leo en sus ojos que me dicen “Gracias, hombre ¡Qué buena
persona eres! Aquí tienes un amigo para
lo que haga falta.
Y yo
juro por los cuatro nietos que tengo que jamás se me pasó por la cabeza
apropiarme de ninguno de ellos robándoselos a su dueño. Me conformo con un
lametón de perro en mi mano. Es el placer de dar, que casi siempre es mayor que
el de recibir.
Tengo
una casa a medias con otro en una remota aldea de este municipio. Cuando voy a
pasar un tiempo allí voy provisto de abundante pan duro y alpiste. Mi amigo
Moisés me confeccionó un cajoncito (se nota que pasó por el taller de madera de
Corias) lo coloco en una estaca enfrente de la casa y desde dentro de casa, me
paso grandes ratos viendo la procesión de pájaros que acuden a comer. Observo
cómo guardan un protocolo jerárquico que no falla. Cuando está comiendo un
raitán y llega un veranín (carbonero) el raitán se va. Si es el veranín el que
está comiendo y llega un gorrión es el carbonero el que se va y si aparece un
tordo se va el gorrión. Los córvidos (pegas y cuervos) nunca asisten al festín.
¡Demasiado fácil, demasiado cerca de la casa…!
Vuelvo
a jurar por mis nietos que nunca intenté apropiarme de ningún pájaro. Incluso
si ni me lo agradecen como los perros. Nunca un pájaro llega a la amistad con
el hombre.
Un
paisano del pueblo que me vio preparando el cajoncito con el pan me preguntó:
- - ¿Qué
faes Pepe?
- - Pues
aquí preparando la comida para los pájaros.
- - Cómo
se ve que nun tienes na que facer…
Son
puntos de vista. El hombre nunca me comprenderá.
NO
HAY MAL QUE CIEN AÑOS DURE
¡Vaya
por Dios! Otra que tal. Acabo de soltar un taco y me apetece soltar otro. Por
qué, vamos a ver. Ve a un amigo que está hecho polvo porque (aquí podría
enumerar varias situaciones sumamente dolorosas pero lo dejo a vuestra
imaginación). El amigo está destrozado.
Es un hombre como de cincuenta años y tú, tirando de frase hecha, le das una
palmadita y le sueltas lo de los 100 años. Es decir, le consuelas con la idea
de que dentro de 30-60-90 años ya todo habrá pasado. Se supone que el amigo es
una persona educada y se mantendrá tranquilo, pero hemos de reconocer que es
para mandarle a … puñetas.
Está
claro que urge revisar los dichos populares, es que no dan una.
NO HAY MAL QUE POR BIEN NO VENGA
Este
está rayando con la estupidez o con la mala “milk”.
¿Cómo
le garantizas tú a quién está sufriendo una desgracia que es esta una papeleta
que lleva premio? ¿Pero cómo le garantizas tú a quién ha tenido o está
sufriendo una terrible tragedia familiar que en el próximo sorteo de la suerte
le va a tocar un buen premio?
Carece
de toda lógica, pero nosotros seguimos utilizando esa frasecita.
Es
probable que el uso tan habitual de estos dichos tan tontos se deba a que en
realidad carecemos de más recursos verbales que sean, a un tiempo, consoladores
y exactos.
El
Gobierno debería ocuparse de esto. Que nombren una comisión para estudiar el
asunto. Me ofrezco para presidirla. Siempre que se me retribuya con una dietas
sustanciosas.
Asuntos
más tontos se han debatido en el Senado, hablando de cuatro en cuatro, lenguas
distintas. Un puñado de españoles.
Demasiado
caro, absurdo e inútil.
QUIEN BIEN TE QUIERE TE HARÁ LLORAR
Pero
bueno, ¿En razón de qué hacer llorar a otro es requisito indispensable para
medir la calidad del cariño?
Este
dicho me tiene a mí un tanto preocupado. Tengo, lo repito, cuatro nietos y no
me apetece hacerles ninguna faena. Ahí está mi duda: ¿De verdad los quiero? A
ver ¿Cuántas veces los he hecho llorar? ¿No será el mío un cariño egoísta?
Tengo que aclararlo…
Alfredo
Mario, que es un especialista en el tema, me sacará de dudas. El viernes voy a
comer con él y con Chuso Ron. Los dos so abuelos con cierta experiencia, lo
consultaré con ellos.
Bueno,
quizás el dicho se refiera a que, en ocasiones, es necesario contradecir a
quien quieres si es para su bien.
Vale,
pero ¡Coño! Sí quiere decir esto último, que lo diga y dejen de angustiar a los
abuelos.
Pepe Morán. Dominico-ex
domingo, 9 de agosto de 2015
AVISO A NAVEGANTES
Esta señal, tan conocida, se denomina P-24. ¿Alguien me puede decir qué significa y a qué nos obliga?.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)