lunes, 20 de junio de 2016
PARAÍSOS
Ayer cené con cuatro amigos jóvenes -ninguno
llega a los 30- y me vi como quien a la vera del camino, ve pasar alborozados a
quienes creen ir a un mundo de colores y canciones, y flores, y venturas. Van a
ninguna parte, pero creen que allí está el paraíso soñado. Todos allí serán
buenos, justos, guapos, sanos, alegres.
Alguien les ha convencido de que en el
futuro está ese mundo justo y feliz que la humanidad lleva siglos buscando.
Podríamos hablar de un retorno al paraíso perdido del que habla la Biblia con
su lenguaje metafórico y simbólico. Otro paraíso perdido es el que ofrece a los
vascos un tal Sabino Arana, más fanático que un hincha de fútbol y más
ignorante que un concejal de cultura de uno de estos pueblos. El asunto va de
paraísos, pasados o futuros. Los vascos añoran un paraíso que han perdido, es
decir, que les han arrebatado. Era un mundo feliz y alguien les arrojó del
paraíso. Ahora, languidecen de nostalgia, suspirando por algo que nunca
existió.
Si alguien les promete retornar al paraíso
perdido, si les invitan a recorrer el camino de retorno al edén, se calan la
boina y van alegres y dichosos en pos de esa quimera. Dejadlos. Mientras
sueñan, son felices. Al fin y al cabo la vida suele terminar en un penoso valle
de lágrimas, pero mientras dura la ensoñación no sufren.
El paraíso, pasado o futuro, tiene la virtud de
ser lenitivo, una anestesia que ayuda a soportar los quebrantos presentes.
Estos chavales están convencidos de que ahora
sí, por fin, ese futuro soñado está al alcance de… un voto. Son mis amigos y
los quiero mucho. No tengo derecho a sacudirles para que se vuelvan a la
realidad. Los que han sido testigos de
otros señuelos, de otras promesas que luego terminaron en un fracaso no debemos
abusar de nuestra experiencia para frustrarles de antemano. Ya la vida se
encargará de hacerlo, volver a la realidad.
Esos moritos que se inmolan a los 25 años
convencidos de que les espera un mundo de venturas, ríos de leche y miel,
flores y praderas celestiales, huríes sin cuento.
Lo malo que tiene la memoria es que le impide
soñar con las promesas actuales. Es inevitable decirse: “¿A qué me suena esto?
¿Este mundo de flores y colores no es el que me prometieron hace 20-30-40 años?
¿En qué terminó todo aquello? Estas promesas de hogaño ¿No las hicieron antaño?”
Esto lo pensamos los que ya estamos de vuelta mientras unos van ahora a…
ninguna parte. Pero dejémosles ir.
Son felices así.
Como aquel amigo mío que allá por los años 80 me
decía: “Yo siempre votaré al partido X, aunque pongan de cabecera de lista una
cabra”. Y la pusieron. Y siguió fiel. Y la cabra tiró al monte. Y murió feliz, esperando. Supongo que habrá
ido al cielo, en el que yo creo. Al infierno no habrá ido por dos razones:
primera porque era una excelente persona y segunda porque no existe. En todo
caso iría, según decía el Padre José, al limbo, donde tienen un puesto los
inocentes y los que no tuvieron uso de razón. Mi amigo tenía uso de razón, pero
no lo usó mucho.
Dicen los pesimistas, que si metes una faba
negra entre cien kilos de fabas blancas y luego, tras vendarle los ojos,
invitas a alguien a que extraiga la negra… tienes la misma probabilidad de
conseguirlo que jugando a la primitiva. Vale. De acuerdo, pero eso no me
autorizaría para tratar de disuadir a los demás de echar el boleto. Me dirían
–y con razón– que cada uno tiene derecho a comprar los sueños que le dé la
gana. Es un barato soñar. Por cuatro euros. Algo similar ocurre con las
quimeras. Dejemos soñar a los que tienen edad de soñar.
Yo, por mi parte, les he pedido que cuando
llegue ese paraíso anhelado, que no me dejen entrar. No creí en él y, además no
me apetece.
Es propio de los viejos y de los jóvenes añorar
lo que ya no se tiene o lo que se anhela tener. En fin, la vejez no tiene
remedio, pero la juventud sí. Los años.
Los viejos, mis colegas del Hogar de Jubilados,
añoran la comida de entonces, la bebida de entonces, los bailes de entonces,
las diversiones de entonces, las costumbres de entonces… En realidad, sin darse
cuenta, lo que están añorando es el paraíso de entonces, que no era tal, sino
que se llamaba juventud.
Mis amigos veinteañeros no saben muy bien que
añoran, pero añoran… Lo pobres, repiten el famoso tópico y sempiterno
entusiasmo de la moza que, loca de amor, declara “Contigo, pan y cebolla”.
Apelo a la amistad de mis amigos jóvenes para que no me dejen entrar en su
paraíso. Detesto la cebolla.
Les suplico que si me veo obligado a entrar, que
me garanticen que podré salir cuando me plazca.
Pepe
Morán. Dominico-ex
viernes, 17 de junio de 2016
La lavadora
Foto tomada del : Vespertino de Tsaciana
Una de las ventajas de llegar a viejo y no
pequeña, es que le permite a uno evaluar
un largo pasado y valorar lo nuevo, lo que se anuncia, con más elementos de
juicio de los que tiene el inexperto. Es aquello tan antiguo que dice: cuando
algunos van ahora, otros ya estamos de vuelta.
Cuando me da por escribir sobre algo
transcendente sé que lo que lo leen tienen ya una edad, que siendo inferior a
la mía, es lo suficientemente larga como para poder comprender referencias que
hago a cosas pasadas que ellos mismos han vivido y visto, aunque sea de niños.
De los varios cursos que conocí en Corias casi
todos sus miembros ya están jubilados. En base a esto confío que los lectores
del blog me comprendan cuando me atrevo a analizar el rol del hombre y de la
mujer hace 50 años y el rol actual.
Para expresarlo de forma más gráfica y didáctica
diría que desde que yo recuerde la vida se divide en antes de, y después de… el
acontecimiento que simboliza el cambio es ni más ni menos que la lavadora. La
práctica y genial lavadora. El automóvil, la televisión, el ordenador, el
teléfono móvil han significado mucho, pero no tanto como la lavadora. Dicen los
historiadores que hubo un antes y un después del estribo(que inventaron los
mongoles), un antes y un después de la rueda (que inventaron los escitas), un antes y un después de la imprenta,
de la electricidad, etc… La lavadora supuso una redención de millones y
millones de mujeres que vivieron durante siglos esclavizadas con el lavado de
ropa. Mis recuerdos de infancia están poblados de imágenes de mujeres con un
balde de ropa en la cabeza, acudiendo a lavaderos públicos, regatos, rías, etc.
Inviernos enteros, horas y horas de sumergir las manos en aguas heladas. Por el
efecto vasoconstrictor del frío, las manos se tornaban blanquecinas, y luego, ya
en casa, al exponerlas al consolador calor del llar, se resquebrajaban, se “ariaban”y
se deformaban con la artritis… manos benditas hechas para los mimos, la
ternura, la caricia…
Si alguien quiere pintar un cuadro de aquella
época, de aquellas mujeres, decidle que no olvide que esas manos rojas y
deformes, símbolo de lo que fue la vida de millones de mujeres. Las manos de
mis abuelas, de mis tías, de mi madre.
Con esas mismas manos amasaban luego aquellas
estupendas hogazas de pan de escanda, que envuelto en trapos, seguía tierno y
sabroso en la masera doméstica.
Bueno ¡Pero si yo no quería hablar de esto! ¡Qué
difícil resulta embridar la imaginación cuando le pones un bolígrafo en las
manos!
Mi intención era hablar de los roles que atañen
hoy a los hombres y a las mujeres. Éstas lo tienen más definido y saben mejor a
qué atenerse. El hombre perdió hace tempo su papel secular de suministrador de
sustento del hogar. Y es sabido que, en razón a tal cometido, tenía el hombre
el monopolio de la autoridad en el ámbito familiar. Ahora lo ha perdido y no
acaba de encontrar cual es el nuevo papel que se le asigna. Anda confuso y
perplejo. Y esto es grave. La perplejidad puede ser terrible. Van los caminos
caminando y, de repente, se encuentran con la bifurcación, incluso con el
trivio. ¿Qué hará el camino? ¿Qué camino tomará el camino? Que decía Ortega.
La perplejidad puede llegar a ser mortal. Tal le
ocurrió al medieval asno de Buridán. Obligado a ayunar y no beber diez días
seguidos. Se le ofreció al cabo un dilema: le pusieron un cubo de agua y otro
de cebada. El pobre, ante semejante alternativa no pudo decidir y murió de
inanición. Terrible.
De los roles hablaremos otro día.
Pepe
Morán. Dominico-ex
jueves, 9 de junio de 2016
JORDANIA ( V )
25 de Septiembre -7º día – Petra – Ammán.
A las 8 de la mañana estamos ya en el
autobús y desde él vamos despidiéndonos de las montañas rosadas de Petra. Pocos
km después de un tramo de cerradas curvas tomamos dirección sur. La carretera es
recta y con intenso tráfico de camiones procedentes del puerto de Aqaba, única
salida al mar de Jordania, a orillas del Mar Rojo. La estepa ocupa cuanto
alcanza la vista y comenzamos a ver en aquella inmensidad árida y clara la
oscura y alargada mancha de las jaimas beduinas. Algunas míseras aldeas de
casas cuadradas de una sola planta se distinguen gracias al minarete de su
humilde mezquita que rompe la horizontalidad del paisaje, que cambia
bruscamente. Aparecen de pronto gigantescas moles rocosas de extrañas formas
que surgen de un océano de arena. Estamos en Wadi Rum, el famoso desierto
jordano donde el viento ha creado un paisaje extraordinario.
En el centro de recepción de visitantes
dejamos el autobús para instalarnos en unos todoterreno descubiertos y más bien
desvencijados conducidos por beduinos. Los viajeros disfrutan como niños.
Nuestro guía llama nuestra atención sobre una espectacular mole rocosa que parece ser que inspiró a Lawrence de
Arabia el título de su obra más famosa, “Los 7 pilares de la sabiduría”, y
ciertamente parece que de este mar de arena dorada y roja surgen 7 gigantescas
columnas que parecen querer arañar el cielo cegador. El desierto es de una
belleza indescriptible. En él no hay nada amable ni superfluo, ni árboles, ni hierba,
ni flores… y, sin embargo o tal vez por eso, es el paisaje más hermoso y más
puro que pueda imaginarse.
Los coches paran al pie de unos colosales
farallones rocosos a cuya sombra descansa un grupo de beduinos con sus
camellos. El entusiasmo de los viajeros aumenta cuando el guía nos dice que
tomaremos el té en una jaima. Una jaima es un prodigio de arquitectura móvil:
amplia, bien ventilada y fresca, cómoda y funcional, reúne todas las
condiciones para ser la vivienda ideal en el desierto. Nos acomodamos sobre
gruesas colchonetas en el suelo alfombrado. Un beduino, arrodillado frente a
una gran bandeja con vasos, vierte en ellos el té caliente, dulce y aromático
que perfuma el aire trasparente de la mañana. Dos de los beduinos llaman la
atención, en especial de las mujeres, por su cortesía, sus modales exquisitos,
sus luminosas sonrisas y la blancura inmaculada de sus túnicas. ¿Qué pensaran de nosotras, quizá piensan, bulliciosas y
polvorientas turistas, estos señores del silencio y las arenas? Todos quisiéramos
ver aquí una puesta de sol, una noche enjoyada de estrellas, un amanecer, pero
debemos continuar. El desierto es sobrecogedor. Posee todos los colores y todas
las formas, desde el dorado de las arenas al negro de la roca basáltica; desde
la suave línea de una duna a la violencia de un peñasco con las fauces abiertas
como un dragón. La naturaleza ha hecho, hace, una obra maestra. Nos detenemos
al pie de unas rocas en las que unos grabados recuerdan las hazañas de Lawrence de
Arabia (que acampó
aquí mismo en vísperas de la batalla de Aqaba) y del Rey Abdullah (abuelo de
Hussein), ambos artífices del Reino Hachemita de Jordania tras derrotar a los
turcos otomanos. Nos despedimos, alguna viajera tal vez con pesar, de los dos “príncipes” beduinos que se fotografían incansablemente
con todos en un
alarde de amabilidad y gentileza. No serán olvidados los magníficos señores del desierto.
Aqaba es una ciudad moderna, alegre, con
un bonito paseo de palmeras junto al mar, desde el que pueden verse, o más bien
adivinarse, las costas de 4 países: Egipto, Israel, Arabia Saudita y la propia
Jordania. El calor en Aqaba es asfixiante y solo nos permite un corto paseo y
una ligera comida en esta ciudad de aspecto mediterráneo a orillas de un mar
que brilla como plata líquida y cercada por el desierto.
Para volver a Ammán no tomamos el Camino Real por el que
vinimos, sino la autopista paralela a él y ligeramente hacia el este. Hacemos
una parada técnica a medio camino, en un pueblo llamado Qatrane donde, al
parecer, se proclamó la independencia y constitución de Jordania como reino.
Son las 10 de la noche cuando entramos en
el hotel Days Inn, rendidos. Después de la cena y ya en nuestras habitaciones,
algunos nos preguntamos si no habrá sido todo un sueño.
25 de Septiembre – 8º día – Ammán –
Madrid.
Es nuestro último día en Jordania y no
hay actividades programadas de manera que cada viajero lo dedica a lo que
prefiere: compras, paseos, visitas…y un cierto relax después de la intensa
actividad de días pasados.
Después de la cena nos despedimos de
otros españoles que, durante esta semana, han sido nuestros compañeros de viaje
y que regresan a España en vuelos distintos al nuestro. Todos nos retiramos
pronto porque debemos levantarnos a las 5 para salir hacia el aeropuerto a las
6.
A las 4 de la mañana oímos por última vez
el “sagrado lamento” del muecín desde el minarete de la mezquita cercana, ¡La
ilah Allah wa-Muhammmad rasul Allah!, que estremece la noche mientras se
encienden, una tras otra, las luces en las ventanas escalonadas por las colinas
de Ammán. Nuestros pies han pisado la tierra que pisaron Moisés, Adriano y
Lawrence de Arabia. Hemos bajado al punto más bajo de la tierra, el Mar Muerto,
y hemos subido los 800 escalones que llevan al Deir. Nuestras manos han acariciado
tumbas nabateas , columnas romanas, muros omeyas, torreones mamelucos,
fortalezas cristianas y templos ortodoxos. Hemos contemplado mosaicos
bizantinos y arenas en el desierto. Hemos admirado Petra y Wadi Rum. Y hemos conocido¡¡¡ JORDANIA ¡¡¡
ulpiano rodriguez calvo
sábado, 4 de junio de 2016
OBRAS Y PROYECTOS EN CORIAS I,II
I LA LINTERNA
No hace muchos días, me llamó
por teléfono un familiar (antiguo alumno de Corias) para decirme que
le habían entregado unas fotocopias con temas y fotos de Corias y
que, en una de ellas, aparecía yo formando parte un equipo de
fútbol.
La foto corresponde a la
liguilla que se había organizado entre los distintos cursos allá
por el año 1965, y en la que también aparece Vigil (cubanón) de
portero, ya que nuestro curso andaba un tanto escaso de fichajes.
El trabajo es del arquitecto
José Ramón Puerta y trata de las obras realizadas y las
proyectadas, que no se llevaron a cabo, por el arquitecto José Gómez
del Collado, más conocido por Pepe Gómez.
El trabajo es bastante
detallado por lo que solamente me centraré en lo más interesante,
sin entrar en profundidades.
La primera de estas obras,
llevadas a cabo, corresponde a la linterna que corona la cúpula de
la iglesia, acometida entre 1960 y 1961, de la que adjunta una serie
de fotografías y dibujos realizados para la ejecución de la obra.
Según se desprende de este
estudio, la obra está hecha en hormigón armado con un peso
aproximado de 30 toneladas y su estado actual no es del todo óptimo
ya que las armaduras interiores presentan puntos oxidados ocasionando
cierto deterioro y aumento de tamaño en algunas partes que dan al
exterior.
En un principio se pensó
hacer la obra en granito gris pero su importe desaconsejó su
ejecución.
También hace el comentario
(José Ramón) que si la obra del parador superó los 35 millones de
Euros, debiera abordarse la reparación de la linterna ya que, cuanto
más se tarde, mayor será su presupuesto.
Pepe Gómez fue el impulsor y
autor del libro que recoge los actos del centenario de la llegada de
los dominicos a Corias 1860-1960 ( publicado en 1961) con la
colaboración, entre otros, del P. Jesús Martín y gran número de
fotografías cedidas por Fr. Tejo.
A continuación van algunos de
los dibujos que Pepe Gómez realizó para la ejecución de la obra.
CONTINUARÁ
CONTINUARÁ
II
EL COMEDOR
Cuando mi promoción llegó a
Corias, el comedor, estaba pegado al de los frailes y por el otro
lado estaba el patio trasero.
Asientos y respaldos de madera
seguidos que ocupaban todo el perímetro de la nave, excepto por la
fachada de la entrada.
La parte trasera, o respaldo,
terminaba en una pequeña repisa donde depositábamos la servilleta
y, en los últimos años de su ocupación, la pastilla de tulipán
que debía durar una semana.
El total de internos no
superaba el centenar por lo que no había problemas de espacio.
Año tras año, los internos
fueron aumentando y fue necesario añadir una fila de mesas, todo a
lo largo, por el centro de la nave.
Pero la alegría duró poco
tiempo y hubo que recurrir a dos turnos de comida con el fin de que
el creciente aumento de alumnos se adaptase a las instalaciones
existentes.
Ante esta situación se
proyectó la construcción de un nuevo comedor cuyo proyecto, como no
podía ser de otra forma, fue encargado a Pepe Gómez.
Se estudiaron varias
ubicaciones como cubrir uno de los patios centrales, el que
conocíamos como el de los conejos, por tener allí el P. Eutimio su
buen criadero, que tiene unos 26 metros de lado y estaba previsto
cubrirlo sin pilares.
Había dos alternativas:
cuatro grandes cables coserían diagonalmente el patio y sobre ellos
una serie de correas metálicas formarían una red, sobre la que se
apoyarían ligeras placas de fibrocemento y otras traslúcidas de
policarbonato.
Estaría previsto un óculo
central que permitiría el paso de la luz.
Una segunda opción sería
aquella en la que la estructura principal partía del punto medio de
cada fachada y cosía estos con los vértices opuestos formando una
figura con cierto perfil árabe.
Ambas opciones situaban la
cota del suelo más baja que el pavimento de la planta baja con el
fin de mantener la iluminación en las dependencias de dicha planta.
El acceso al comedor sería por un tramo de escaleras.
La solución final fue la
cubrición del patio posterior, a dos aguas, con vigas metálicas
rematadas con placas de fibrocemento y policarbonato para facilitar el acceso de luz al recinto.
La fachada, abierta al
exterior, se remató con una cristalera triangular de vidrio y
carpintería de madera.
Así permaneció hasta las
obras del actual parador aunque a partir de 1981, que dejó de ser
centro de formación, fue alquilado a una empresa de hostelería.En la
actualidad sigue manteniendo el uso para el que fue proyectado
aunque se procedió a la demolición de su cubierta, colocando dos
filas de columnas laterales que sustentan una cubierta plana, un
falso techo en madera curvada, con ventana al final que resulta
excesivamente pequeña.
Mejores materiales, peor
arquitectura, según el comentario del autor de este trabajo.
CONTINUARÁ
viernes, 3 de junio de 2016
Tragedia de una vida vulgar
Cada
día encuentro más motivos para malhumorarme ¿Será la edad? ¿Será la manía del
viejo de ver con malos ojos todo lo actual y pensar que todo tiempo pasado fue
mejor? En mi caso no van por ahí las
cosas. Los ancianos con quienes comparto
mesa y mantel en el hogar del jubilado tienen un nivel de bienestar que no
tenía ni el señor marqués hace 100 años. Comen fenomenal por cinco euros, lo
rematan cada día con tarta, beben vino a discreción y si acaba uno enfermando
de manera súbita tiene la seguridad de que una ambulancia le pone en el
hospital en poco más de diez minutos. Pero esta sociedad de las Cuencas que fue otrora rica y exuberante, es ahora
decrépita, senil y decadente. Son las Cuencas una sociedad que desahoga su afectividad
por lo perros a falta de niños. Son muchos los síntomas de acabamiento que los
rodean. Sería demasiado prolijo referirlos aquí. No me resisto a publicar –como
suelo hacer– una caricatura que sea símbolo de la decrepitud colectiva. Voy a
contaros la tragedia de Laura.
Miradla,
acaba de dejar a su retoño de seis años en el colegio y ahora se dirige a la
terraza de Las Ubiñas donde, con otras tres colegas, ha abierto un puesto de
pecados (todos del octavo mandamiento) y allí pasan la mañana, entre cafés,
cigarrillos y maledicencias.
La
reunión cuando comparecen sus tres amigas comienza con un arranque casi
litúrgico: una dice “¿Enterásteisvos?” y las demás contestan: cuenta, cuenta.
Las cuatro se lanzan sobre la carnaza y ya tienen para media mañana.
Dejémoslas
pasar la mañana tranquila. Mientras pecan contra el octavo mandamiento con
regocijo, voy a revisar el historial de Laura, nuestra invitada de hoy.
Desde
la infancia tuvo una vida apresurada, siempre vivía con un gran adelanto sobre el pelotón de la
normalidad. Nacida para correr. A los 15
años, todavía repitiendo 3º de la ESO fue proclamada por la discoteca Richo’s
reina de la noche EN LA VILLA. Medio mes más tarde formalizó sus relaciones con
un chaval de 20 años, un chico formal, algo soso pero que tenía una Suzuki
llamativa. Durante meses, con Laura de paquete “atronicaron” por todas las
carreteras de la comarca. Era feliz. No se hubiera cambiado ni por la reina de
un programa de Telecinco. Con ese ruido de fondo y con todo el mundo hormonal en
ebullición, entró para unos años a vivir en una realidad virtual, en un mundo
de colores, de ruidos, de frenesí fisiológico.
Terminó
en el colegio. El certificado de estudios primarios lo obtuvo por cansancio del
profesorado, los años del cole los pasó como quien pasa una mala gripe,
adolorido y febril, pero terminó confundiendo conducí por conduje, diabetis por
diabetes, rampla por rampa, retonda por rotonda y tavía por todavía. Además de
estar convencida de que el Guadalquivir es un río vasco.
Con
la madurez personal que se le supone, llegó, por pura inercia el último y
decisivo paso de su precipitada vida. Con veinte años tuvo que matrimoniar con
el de la moto. Un descuido tuvo la culpa. Fue el principio del fin. Sin darse
cuenta pasó de creer que la vida era una eterna noche de sábado a enterarse de
que la vida se parece más a una tarde de
domingo tediosa.
Así
que sentenció que lo suyo era un caso clarísimo de incompatibilidad de
caracteres.
El
caso es que se juntó con el bebé y los potitos, los pañales, los llantos
nocturnos, los chupetes etc, entró en la casa del tedio. Más demoledor que la
carcoma pronto convirtió el nuevo hogar en un definitivo bostezo.
El
joven marido y padre, el de la moto, apocado y sosito que ya era, se hizo cada
vez más plasta y más adocenado. Trabajaba mucho, madrugaba mucho y cuando
volvía a casa no quería volver a la calle ni para una urgencia. La catástrofe
sobrevino un sábado por la noche, en
que, malhumorada por no poder salir. Le vio a las 10 ya en pijama y zapatillas
en la butaca viendo la tele. Ella pensó que le esperaban unos 66 años o sea
unos tres mil y pico sábados de butaca y zapatillas. Aquello se desmoronó
rápido.
El
de la moto volvió al nido paterno. La vida le había gastado una mala broma. Sí,
era soso, aburrido y plasta, pero era una buena persona. Ahora regresaba a casa
sin mujer, sin hijo, sin piso, la mitad de su sueldo y la hipoteca íntegra. Su
futuro era madrugar, trabajar, sentarse ante un televisor durante décadas…
terminó por no añorar nada, ni a la mujer, ni al hijo, ni a la otra butaca.
Quedó incapacitado para vivir. Ya solo le quedaba lamerse las heridas y darse
lástima de sí mismo.
Fue
por aquellas fechas que ella se decidió a unirse con otras tres y poner el
puesto de pecados. Era un negocio especializado en mentiras, calumnias,
infundios, maledicencias, chismes, chismorreos, habladurías, difamaciones,
embustes, patrañas etc, etc.
Masacraron
la fama de media villa. Cada una vertió allí, todo tipo de infamias sin que
nunca tuviera el valor para firmarlas. Siempre se las emboscaban en el cínico
aval de “yo no lo vi pero contáronmelo”.
Ella,
Laura, se sintió por primera vez en su vida atónita ante la realidad nueva y
terrible. La soledad la abrumaba y se dio cuenta de que ya no podía contar ni
consigo misma, pues el futuro era de una horrible incertidumbre.
Tuvo
un asunto pasajero con un argentino que apareció por aquí. El tipo tenía una
labia abundante y melosa. Todo lo suyo lo triplicaba por mil, como buen
argentino. La cosa duró poco. Ella, que empezaba a ver la vida con realismo se
dio cuenta de que aquel hombre, pobre y sin futuro no le interesaba para nada.
Así que se plantó en los treinta y pocos que
cuando algunas mujeres solteras sufren lo que los gallegos conocen como
“síndrome do caborno” o sea, síndrome del precipicio. Se asoman al futuro y les
da vértigo.
Y
aquí es donde apareció la luz.
Será
una vulgaridad poco romántica pero ocurrió en un supermercado. Era un hombre de
mediana edad, sobre cuarenta y pocos, alto, bien parecido, vestido informal
pero elegante. Se dirigió a ella con un ruego: “¿Serías tan amable de ayudarme?
Necesito llevar un jabón para la lavadora y no sé cual llevar. Vivo solo y no
me arreglo para estas cosas”.
Le
asesoró, charlaron un momento y el hombre, agradecido, se empeñó en invitarla a
tomar algo en la terraza del bar contiguo.
El
tipo tiró de manual (Manual de caza al acecho. Guía para prejubilados de
Hunosa) y de oficio (era la séptima pieza que se intentaba cobrar) para dejar
abierto el camino a ulteriores aproximaciones, le habló en tono confidencial de
su situación, prejubilado, con 3000 euros al mes, de su soledad, de su
insatisfacción por no utilizar mejor tanto ocio, de su plan de estudiar una
carrera, etc, etc, etc …
Semejante
personaje era algo nuevo para ella. Un hombre maduro, solvente, seguro de sí
mismo. La infeliz de Laura estaba muy lejos de imaginar que en aquel encuentro
ella tenía un rol concreto: el de la pieza a cobrar. Así es la vida.
Siguiendo
las instrucciones del citado manual, quedó con ella varias veces. La fue
enredando en el trapo de la seriedad, de la responsabilidad, del aplomo, de la
prestancia económica…
Después
de varios encuentros, programó lo que el Manual denomina “La noche de la
puntilla”. La invitó a cenar un sábado en el restaurante más lujoso de Oviedo,
donde no exigen etiqueta, pero sí una cierta elegancia. “Arréglate bien... que es un ambiente
elegante, refinado…” Fue una experiencia nueva y fascinante. Se vio a sí misma
como la protagonista femenina de una película americana. Estaba radiante y se
ausentó un par de veces para ir a verse en un espejo… Llegó el momento cumbre
de la cacería cuando brindaron con una copa de champán y él le soltó la frase
del manual que ya había abatido a otras tres piezas.
Le
dijo “Hoy tienes un brillo en la mirada que me encanta ¡Como me alegra verte
tan guapa y tan feliz!”. El Hunoso sabía que era una estocada que no resistía
ninguna fémina sin caer rendida. Poco después, las zapatillas del Hunoso se
unieron a las del de la moto y a las del argentino.
La
infeliz, ni remotamente sospechaba que su amor ya tenía calculada la fecha de
caducidad. Un par de meses. Ahora tenía que consultar en el manual el capítulo
titulado “Fórmulas para quitárselas de encima”.
En
fin, muy triste.
El
destino le ha gastado una broma cruel. Creyó que la vida era una temporada de
vida y rosas y se encontró con el valle de lágrimas. Le ha ocurrido lo que
a su tierra: Asturias. Esta hermosa tierra nuestra que fue, durante
siglos y siglos, insignificante, pobre e indigente, para luego, por un capricho
al azar, la historia le regaló cien años de riqueza y exuberancia. Se lo creyó.
Ahora, después de la bella pesadilla, descubrimos la realidad y ya nos coge
viejos, cansados, desilusionados e incapaces de reaccionar. Fue una broma
pesada de la historia.
Pepe Morán. Dominico-ex
miércoles, 1 de junio de 2016
JORDANIA ( IV )
23 de Septiembre – 6º día – Petra.
A las 8 de la mañana estamos en marcha.
Todos queremos aprovechar el día al máximo y por eso algunos hemos empezado por
contemplar a las eternas guardianas de
Petra a la luz dorada del amanecer. El autobús nos lleva hasta el centro de
recepción de visitantes donde, de uno en
uno, vamos montando a caballo para llegar hasta el Siq. Algunas viajeras harán
el recorrido en pequeñas y desvencijadas calesas y más tarde nos contarán sus experiencias.
Pretender explicar la emoción que el
viajero siente ya antes de entrar en el Siq es simplemente absurdo. Desmontamos
al pie de las enormes construcciones que, como eternos centinelas a ambos lados
del torrente seco, guardan la entrada del Siq. A la izquierda la Tumba de los
Obeliscos y la del Triclinio. A la derecha, los Yinn, los espíritus del
desierto, tres enormes torres cuadradas talladas en la roca. El viajero siente
que algo extraordinario sucede, que entra en un mundo misterioso que lleva
esperándole 2.000 años. El viento silba y susurra entre los gigantescos
peñascos y el viajero siente un estremecimiento al pasar bajo los restos de un
arco casi oculto que marca la entrada del Siq, llamado por los jordanos Wadi
Musa, río de Moisés,
esa herida abierta en la montaña que conduce y al mismo tiempo oculta la
ciudad. El Siq es indescriptible. 1.800 m de roca con todos los colores y
formas imaginables. Solo se puede contemplar y admirar la obra de la naturaleza
y el tiempo. Y la de los hombres, corregida y embellecida por los siglos y los
elementos.
Al final del Siq, de pronto, por una
estrechísima grieta, estalla un relámpago dorado. Es El Tesoro, la joya de
Petra, que se nos va mostrando lentamente, como si sospechara que no debe
hacerlo de una vez porque algunos quizá no podríamos soportarlo. Entramos en la
ciudad encantada. ¿Cómo hablar de ella? El Tesoro es dorado, majestuoso,
perfecto. Desafía al tiempo y no parece obra humana sino divina. En su vacío
interior los colores de la roca escriben una sinfonía. El sepulcro de las 17
tumbas y la calle de las fachadas guardan vestigios de pasada grandeza y copias
esculpidas de murallas babilónicas. Las tumbas de la Urna, la Corintia y la del
Palacio son construcciones grandiosas excavadas en la roca , trabajos que desafían
a la imaginación y la fuerza, testigos de un poder y una riqueza que parecen
ciencia-ficción en medio del desierto. La Tumba de la Seda es, quizá, la más
bella y la más misteriosa.
Pero en Petra hay mucho más que tumbas.
Llegamos a la ciudad romana por su calle principal empedrada y flanqueada por
columnas y entre templos semiderruídos
entramos en El Palacio de la Hija del Faraón, en el que un alto arco solitario
desafía desde hace 2.000 años al tiempo y la gravedad. Y en las laderas rocosas
las casas nabateas, troglodíticas, pero dotadas por la naturaleza de una
decoración surrealista.
Petra nos propone otro desafío: subir al
Deir, el monasterio. Y algunos lo aceptamos. La subida es agotadora, son 800
escalones tallados precariamente en un escarpado sendero en el que hay que
esquivar a los burros que suben y bajan llevando turistas, menos rápidos de lo
que sus jóvenes amos beduinos quisieran. El precipicio se abre al mismo borde
del camino, vertiginoso y abismal. Sobre nuestras cabezas los peñascos cortados
a pico parecen tocar el cielo blanco del medio día. Tras una hora de fatigosa
ascensión, al doblar un saliente aparece el Deir. Su serena belleza, su solemne
equilibrio contrastan violentamente con la naturaleza atormentada que lo rodea.
Conocemos su historia pero ese conocimiento no contesta a nuestras preguntas. ¿Por
qué construyeron los nabateos tan magnífica fachada en un lugar tan
inaccesible? ¿Qué dioses, qué creencias, qué filosofía de la vida y la muerte les llevó a
erigir estas construcciones extraordinarias? Nunca lo sabremos. Aún hacemos un último
esfuerzo y llegamos hasta la bandera hincada en el punto más alto de estas
montañas desde donde contemplamos un océano de rocas que se extiende hasta
donde la vista alcanza y más allá, mucho más allá.
Se inicia el descenso que los viajeros,
menos fatigados ya, disfrutan contemplando otra vez el espectáculo geológico y riendo con los niños beduinos,
vendedores de recuerdos, que nos asaltan a cada revuelta del camino. Sin la
menor duda ha merecido la pena llegar hasta la bandera.
El resto de los viajeros, en nuestra
ausencia, ha empleado el tiempo de diferentes formas: unos descansan en la
terraza de un restaurante; otros caminan contemplando las fachadas de las
tumbas y la ciudad romana; algunos han disfrutado de un baño turco. Atardece y
la luz ha cambiado el aspecto de la ciudad que ahora parece color violeta y aún
más misteriosa. Caminando lentamente volvemos al Tesoro que se ha teñido de
color rosa. Nuestro asombro es tal que nos dejamos caer sentados en el suelo
para contemplar el espectáculo. Y para que nada falte, uno de nuestros
compañeros de viaje bromea, ríe y regatea con tres preciosas niñas beduinas
vendedoras. Las carcajadas de los 4 llenan el recinto mientras la luz del
ocaso, reflejada en el Tesoro, los baña haciéndoles parecer personajes de un
cuento oriental. Por un instante el mundo ha vuelto a sus orígenes y se ha
hecho amable, alegre, luminoso y puro y nada existe fuera de la ciudad
encantada.
Adentrándonos ya en el Siq contemplamos
el Tesoro volviendo la vista atrás una y mil veces. Lo recorremos muy despacio,
no quisiéramos llegar al final. Desearíamos ver Petra todos los días, a todas
las horas, bajo todas las luces. A la salida del Siq nos despiden los Yinn y el
autobús nos devuelve al hotel. Después de la cena desde nuestras ventanas
contemplamos de nuevo las montañas de Petra bañadas por la luna. Los años y los
siglos pasarán a miles sobre la ciudad de los prodigios, la mano impía del
tiempo la convertirá en arena, la cubrirá de olvido, pero no podrá impedir que
haya existido y que nosotros hayamos admirado su gloria y su belleza.
ulpiano rodriguez calvo
PARA LOS AMANTES AL ¿GOLF?
¿ No os gustarían unos hoyos con semejante espectador ?. Ver para creer. Estas cosas suceden por estos aledaños de vez en cuando. Nada sucedió que merezca la pena añadir, al margen de lo que muestra el paseíto.
Como dice Samuel, haya salud.
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