jueves, 29 de junio de 2017
A VUELTAS CON LA MEMORIA
El paso del tiempo y la pérdida de memoria suelen ser circunstancias propicias para que el
olvido tienda sus mortales emboscadas.
Esta semana se celebraron los 40 años de la legislatura constituyente con actos en los que fueron
homenajeados, y condecorados, algunos de los miembros que formaron parte de
ella. Éstos, junto a otros hombres y mujeres ya fallecidos, son
reconocidos, unos con más justicia que otros, como protagonistas
de la Transición democrática en nuestro país.
Sin embargo son muchos más los protagonistas olvidados, o solo recordados en esta ocasión por algunos de los actuales diputados en un acto celebrado al
margen del boato oficial. Duele que tantos sacrificios personales y colectivos
por una sociedad más justa hayan sido, y sean hoy, aprovechados por quienes detentan
el poder político y económico para perpetrar el saqueo del bienestar de todos.
Al seguir estas celebraciones a través de los medios de comunicación experimenté la misma sensación que había
experimentado hace más de dos décadas,
cuando, al cumplirse los 20 años de la muerte de Franco y del inicio de
la Transición, se prodigaron fastos parecidos.
Entonces sentí la
necesidad de rescatar la memoria de uno, de uno al menos entre los miles de
olvidados. De un compañero y amigo. Era noviembre - diciembre de
1995 y escribí
una carta al director de El País con el título “La otra
Transición” La carta fue publicada (algo que
dudo hubiera hecho hoy el actual Director teniendo en cuenta la deriva
informativa y editorial mantenida por este periódico durante
los últimos tiempos)
Ahora, igual que entonces, para que el paso
del tiempo y la pérdida de memoria no nos lleve a olvidar, he sentido la necesidad de
recuperar ese recuerdo, y después de bucear en los archivos de Cartas al
Director de la edición impresa de El País recuperé aquella
carta. Hoy la transcribo aquí:
-La
otra Transición - (El País -15 de diciembre 1995)
Un tema de moda: la Transición. ¿Quién, quiénes fueron sus artífices, sus
protagonistas? Unos se ponen medallas, otros las ponen a señores importantes ahora, algunos también lo eran entonces. Pero de los otros protagonistas ¿quién se acuerda? Yo recuerdo uno, uno más entre miles.
Comenzó a luchar
por la libertad y la democracia y muy joven se hizo comunista. Muy joven también un tribunal militar, año 1962, le
encarceló
en el penal de Burgos. Cuando salió, día a día, mes a
mes, año a año, se dedicó tenazmente a continuar esa lucha visitando periódicamente nuevas cárceles.
Los trabajadores de Madrid, especialmente
los metalúrgicos, recordamos una empresa, Taybesa, donde entonces (años 70) trabajaba, y una zona, Ventas, en la cual desarrollaba su
actividad sindical y política. Después años de trabajo agridulce para crear la
estructura capaz de transformar lo que era un movimiento obrero en un sindicato
democrático y de clase.
Una vez cumplida esa etapa, y ya en los años 80, retomó su oficio de siempre, mecánico de automóviles. Pero ya había cumplido 40 años. Su edad y militancia sindical y política no eran buena compañía para
encontrar nuevos empleos: La Transición permanece
detenida ante la puerta de muchas empresas.
Transcurre entre el paro y contratos
temporales (antecedentes de los hoy oficializados contratos basura) ese periodo
de su vida. Hasta una mañana de principios de agosto de 1988.
Muchos partíamos de vacaciones, él se dirigía a un nuevo empleo (temporal, por supuesto). Su vehículo se salió de la carretera y dejó de existir. Aún no tenía 50 años. Este protagonista de la Transición se llamaba Emilio Alcaraz.
Fdo. ulpiano rodríguez calvo.
jueves, 22 de junio de 2017
ADIÓS A UNA AMIGA DEL BLOG
Nuestro más sentido pésame a los familiares de Marta
Rodríguez por su fallecimiento. Dada la
simpatía que sentía esta amiga hacia los
antiguos alumnos de Corias, que mientras tuvo salud, procuró sacar tiempo de donde fuese para visitar con frecuencia este blog y participar en él con sus poéticos y nostálgicos comentarios. Sobre todo, siempre que saliese a relucir algo relacionado con:
Corias, el convento, los frailes, la
juventud de aquellos años, etc. Los amigos del blog siempre la recordaremos y le
quedamos muy agradecidos por sus colaboraciones. Te echaremos de menos amiga Marta. D. E.
P.
B.G.G. bloguero"Prior"
miércoles, 21 de junio de 2017
LA DÉCIMO SEGUNDA
Este grupo de talludos “pimpollos”
que vemos posando en la tercera foto, tras
los rosales enanos repletos de lucidas y atractivas rosas rojas, son antiguos alumnos de Corias, restos de la promoción: 1959-1966. Aunque por
ley natural el grupo va mermando, pues, ya sufrimos tres bajas entre nosotros; la última muy reciente todavía pues, apenas hace tres semanas que nos dejó el amigo Juanma
de Pola de Lena. La foto en
la que estamos todos de pie, recoge el
momento del brindis en su honor
y memoria por buen amigo y excelente compañero.
A pesar de estos reveses que da la vida, el resto de compañeros seguimos
reuniéndonos al menos una o dos veces anualmente. La de este año ha hecho la décimo segunda cuchipanda. El número de asistentes a
estos encuentros suele oscilar entre ocho como máximo y como pocos seis, como ha sido el caso de este año.
Lo que sí ha cambiado esta vez fue el lugar de celebración, que ha sido en La Cruz
de Lena en una preciosa casita de recreo, propiedad de Raúl, con trazas de
hórreo y enclavada en un paisaje de
montaña idílico. Pero el cambio afectó principalmente, a las coordenadas del
lugar pues, en cuanto a bonitos y acogedores lugares y esmerada atención por
parte de los anfitriones son a cual más, entre los cuatro “refugios” que
caritativamente, han ido acogiendo al grupo a lo largo de estos diez últimos
años.
Estos sufridos amigos que se brindan
gustosamente para atender y asistir a
este maduro grupo, la mayoría septuagenarios, tienen mucho mérito y les
estamos todos muy agradecidos por ello, pues, queramos
o no, vamos muy mayores y ya damos
mucha lata. Bueno, en cuanto a lata, no nos quejaremos demasiado pues podría
ser la cosa mucho peor si la asistencia fuera al completo.
También es de justicia decir que algunos de estos “mesoneros”
improvisados, se les hace la carga un
poco más llevadera gracias a la veteranía adquirida en prestar este servicio
una y otra vez, como es el caso de Fidel en Baselgas, en el concejo de Grado, que
llevamos recayendo por allí, ya cinco
veces. No sería nada de extrañar que la
próxima vez que por allí aparezca la comitiva, se encuentre en la fachada de la casa con un
letrero que diga más o menos esto: “CERRADO POR TIEMPO INDEFINIDO DEBIDO A REFORMAS ESTRUCTURALES MUY IMPORTANTES EN EL
EDIFICIO. LA PROPIEDAD SOLO ATIENDE ON LINE,
Y VISITAS NO SE RECIBEN HASTA NUEVA ORDEN”.
Bromas aparte, es justo decir que
pasamos un estupendo día y que regresamos todos a casa con ganas de volver a repetirlo
en cualquier momento: bien sea en cualquiera de estos privilegiados lugares, o
en el albergue municipal más próximo si hiciese falta; eso daría lo mismo. El caso es poder seguir
juntándose todos, y celebrándolo así de bien. Hasta pronto.
B. G. G. bloguero “Prior”
viernes, 16 de junio de 2017
CANÍCULA Y CEREZAS
Continuando
con las diversiones propias de nuestra infancia, durante los calurosos meses de julio y
agosto, los que fuimos criados en pueblos con río cercano, hay que reconocer
que tuvimos mucha fortuna pues, ya siendo pequeños, como dicen los argentinos, apenas
unos soretes, llegados los calores caniculares nuestra mayor distracción a la hora de la
siesta era ir al río y meternos en los pozos más remansados para, a base de
insistencia y de algún que otro trago involuntario de agua, y de sufrir mofas y
repetidas “aguadichas” por parte de los “xabardus” (brutos) mayores, lográbamos aprender a nadar.
Otro
entretenimiento, muy valorado por todos nosotros en estas fechas, consistía en
por las noches ir a visitar los cerezos vecinos que había en el pueblo y si
estaban bien cargados de fruto les aligerábamos un tanto de peso. Esta diversión conllevaba cierto
riesgo físico pues, a veces, a pesar de cobijarnos la oscuridad de la noche, no resultaba nada
fácil el esquivar los cantazos que
llegaban a la “caramiecha” (cima) de los árboles, estando como estábamos, sin nosotros saberlo, bajo la atenta vigilancia y puntería de los astutos
y recelosos dueños de los cerezos.
Volviendo a la
primera diversión, conviene resaltar que en aquella etapa de nuestra adolescencia,
el adquirir la capacidad de poder
comportarse como un “bilaxu” (trucha pequeña) en el agua,
durante al menos unos momentos, suponía todo un reto y era una de las formas de poder compartir de igual
a igual con los mayores las sesiones de
baño, ya que
ellos eran más veteranos en esas lides y se manejaban con cierta soltura,
tal como el lanzarse de cabeza al agua desde un risco elevado de la orilla y bucear hasta tocar con
la punta de los dedos el fondo del pozo.
Para los más novatos el poder llegar a
hacer esas mismas proezas que hacían los mayores, era como alcanzar un rango, un estatus superior
dentro de la jerarquía de la pandilla pues, entrañaba una de las mejores formas
de divertirse y de que los mayores te respetaran y te tuvieran en cuenta. Sin
embargo, las muchachas era más raro que fueran al río a bañarse junto con
nosotros. De ir, iban algunas veces, pero ellas solas y medio escondidas, para procurar
que los rapaces no las viésemos en traje de baño, ya que para ellas aquella pudorosa y generosa vestimenta
resultaba poco menos que estar en paños menores.
No hace mucho
he hecho un comentario en Facebook relacionado con los baños en la playa, que
por cierto, como apreciación diré que a pesar de haber tantas piscinas al aire
libre y climatizadas en todas las ciudades, todavía se ve bastante gente que no sabe
nadar. En dicho comentario reconocía y
agradecía el haberme criado en un pueblo ribereño con río cercano pues, gracias
a eso, a partir de los 10 o 12 años, aproximadamente, ya sabíamos nadar lo que
nos facilitó a lo largo de la vida el poder disfrutar de los relajantes baños veraniegos
en los ríos y ocasionales en el mar.
Recuerdo
siendo niño que de vez en cuando, en
verano, se organizaba en el pueblo alguna que otra excursión a Luarca, gracias
a los servicios de ALSA, pues, era la
única forma de que los de interior pudiésemos disfrutar, al menos por un día, de los reconocidos efectos beneficiosos que la
brisa marina y el agua del mar producen
en el cuerpo humano. Era curioso comprobar que la mayoría de nuestros
progenitores, a pesar de ser ribereños, no sabían nadar; pero una vez en la playa, se remangaban la ropa como podían, tanto hombres
como mujeres, y se metían en el agua hasta que les cubría por la rodilla para disfrutar de las caricias del oleaje y también
para que el salitre marino les aliviase los frecuentes dolores musculares y
reumáticos que les solían acompañar.
Por el
contrario, los zagales nada más que
pisábamos arena fina, ya nos despojábamos
a la carrera de la ropa y nos quedábamos
con el calzón de baño, de marca Meyba, el cual, la mayoría de las veces,
no estaba para muchos trotes pues, entre lo descolorido
y desgastado que lo teníamos, era como si lleváramos encima puesto un tul, (más o menos como el que se vio que llevaba
puesto Rodrigo Rato, de color amarillo, estando a bordo de un yate), pero como
tampoco teníamos mucho que tapar, esas minucias a nosotros apenas nos
condicionaban ni nos coartaban a la hora de tener la oportunidad de meternos en
el mar. Al instante, ya nos adentrábamos con cierto recelo en el agua hasta donde hubiese calado suficiente y que
las olas no fuesen muy grandes, para
poder demostrar que nuestras habilidades natatorias adquiridas clandestinamente
en aguas dulces, también eran igual de válidas
para la mar salada.
Nada más
comenzar a nadar nuestros mayores se
quedaban estupefactos al comprobar que no solo nos manteníamos a flote del
agua, sino que sabíamos nadar y bucear
casi tan bien como lo hacen las anguilas. En ese momento se preguntaban entre
ellos: ¿y dónde aprendieron a nadar estos diablecos? La duda no duraba mucho
pues, siempre había alguno del grupo con
cierta incontinencia verbal, que descubría el intríngulis al momento, diciendo
que habíamos aprendido en el Narcea mientras nuestros padres dormían la siesta,
y que la mayoría de nosotros la siesta la pasábamos metidos en el río, y cuando salíamos al prado a secarnos
estábamos ya blancos como la leche, tiritando y dando diente con diente, de lo fría que solía estar el agua.
Recuerdo que algunas
madres y padres de los amigos del pueblo, gracias a las esporádicas excursiones
a Luarca, descubrieron que sus retoños sabían nadar sin su
consentimiento y sin que ellos les hubieran enseñado. De ahí que se mostrasen algo
más tolerantes a la hora de aplicar castigo pues, a pesar de haber burlado las horas impuestas de siesta, tampoco
era como para decir que habían desperdiciado el tiempo pues, mientras los padres se creían que los “diablecos” estaban reposando en la piltra,
para que luego afrontaran los trabajos de la labranza con mayor ímpetu y ganas,
lo que estaban haciendo era chapotear en los pozos del Arca o de Souto como si fueran auténticas “tsóndrigas”
(nutrias).
La verdad es
que no era de extrañar que nos prohibieran el ir solos a bañarnos al río, ya
que, algunos de los pozos que
frecuentábamos encerraban mucho peligro por los remolinos que en ellos se
formaban, sobre todo, en los situados en
profundos recodos o meandros del río Narcea y también de sus tributarios, el
Gillón y el Moal, principalmente, en las inmediaciones de Ventanueva.
Pero no todo
eran parabienes por el sorprendente aprendizaje adquirido, no; a más de uno y
de dos, cuando sus madres descubrieron la
desobediencia y el rechazo de las horas de la siesta, les costó algún que otro disgustillo, como el tener que asumir,
día tras día, el realizar ellos solos, sin la ayuda de nadie, ciertas tareas engorrosas de la ganadería, que
no resultan muy gratas en sí, pero que son obligatorias para la higiene y
desarrollo de los animales estabulados: como era la limpieza y barrido de la
cuadras, sacar el cuito de las cortes de
gochos y vacas, el abastecimiento de mullido para el ganado, etc.
Lo positivo de
todo esto es que, a base de mentir un
poco a los padres, mentiras piadosas, no
sin riesgo de recibir unas buenas “xostradas” (bofetadas) si nos descubrían, y a tener que chapotear incansablemente en el
agua por nuestra propia cuenta, primero solo con las manos, imitando a los
perros, y después ya con brazos y piernas, tipo rana, aprendimos a movernos dentro del río con cierta soltura, sin gastar un duro y sin
necesidad de tener que adquirir excesivos tecnicismos en las formas y en las
poses, ni soportar reproches de monitores, demasiado estrictos y académicos.
B. G. G. bloguero “Prior”
domingo, 11 de junio de 2017
AQUELLOS VERANOS…DE AYER
Los veranos de nuestra recién estrenada juventud discurrían al compás del fluir del agua en las fuentes. Comenzaban en junio como un
torrente y terminaban, acabado septiembre, cuando solo un lánguido hilo de agua manaba en las fuentes.
Si las notas finales del curso en Corias habían sido benignas, que lo eran, las vacaciones llegaban como un maná y sabían a gloria bendita. No solo por los meses de libertad lejos de
libros y frailes, significaban también subir un peldaño más en la
escalera de la vida. Una escalera que un día, antes o
después, habría que bajar. Pero entonces ese día parecía muy lejano y poco importaba.
La percepción del tiempo
es muy diferente en cada etapa de la vida. En los titubeantes inicios de juventud suena a falso que “veinte años no son nada” de Gardel. Veinte años, para quién comienza a medir su tiempo, es una
eternidad. Quizá
la vida parece larga hasta percibir que el futuro es
el ayer, y solo entonces se es consciente de su inmediatez, de su brevedad.
Aquellos años, a
caballo de los cincuenta y sesenta del pasado siglo, eran años de gritos, risas y silencios. Silencios de nuestros mayores y
gritos alborozados de quienes éramos adolescentes o niños. Nuestros gritos y
risas nacían del goce de abrir las puertas a la vida, y reflejaban el
desconocimiento de realidades ocultas o tal vez solo parcialmente desveladas.
El silencio de nuestros mayores tenía su origen en acontecimientos pasados, aún recientes para ellos, que les habían mostrado la cara más terrible
de la realidad humana.
Aquella era una época con
demasiados ausentes. Apenas
dos décadas habían transcurrido desde la dramática
contienda que había dejado muchos, demasiados, muertos por los valles y las sierras
de Cangas. Unos yacían bajo lápidas que les rendían honores de “Caídos por Dios y por España”; otros bajo
la tierra anónima de tapias, trincheras y cunetas. Víctimas todos
de una Cruzada sangrienta perpetrada contra el sistema de gobierno que la mayoría del pueblo español, democráticamente,
había elegido. Víctimas todavía recordadas
y lloradas, pública o secretamente.
Eran años oscuros
en los que la miseria y el hambre asolaban muchos hogares del concejo de Cangas
y de toda España. Una época en la que, a pesar de ser común el saludo “vaya usted con Dios”, Dios parecía ir con muy pocos.
Pero nada de esto, inmersos en la
inconsciencia y alienados por la “Formación del Espíritu Nacional”, disminuía las
expectativas creadas por alcanzar, al fin, las ansiadas vacaciones veraniegas.
Las vacaciones de verano llegaban, y con
ellas las fiestas y los baños en el río. La
primera romería que se celebraba en los alrededores de Cangas era la de San
Antonio del Pando, en la pequeña ermita que se asienta sobre la grupa de
la montaña que tiene por cola las casas del Cascarín y traza el parteaguas entre el Luiña y el
Narcea. Para entonces las praderas ya
comenzaban a cambiar el color de su
vestido sustituyendo el verde de primavera por el dorado de verano. La
fiesta de S. Antonio del Pando olía a rosquillas, avellanas tostadas y
hierba recién cortada.
Los baños en el río ocupaban las horas quietas que sucedían al mediodía. Los mayores, después de realizar duras tareas en el campo
desde antes de amanecer, dormían la siesta y un silencio espeso se apoderaba
del pueblo, hasta los pájaros callaban. Solo algún animal, molesto con las moscas, hacía sonar su
esquila como una campanilla oficiando misa.
Mientras la cálida brisa
de verano susurraba entre las hojas de
los castaños y las estremecía una bulliciosa algarabía se elevaba desde el cauce del río. Los
juegos y sobre todo las zambullidas en el agua
helada que bajaba desde los últimos neveros del Cueto de Arbas y Chao
de los Bueyes arrancaban alaridos más que gritos.
Las truchas sesteaban a contracorriente en
su acuática morada hasta huir sobresaltadas por los primeros
intrusos. Abundaban entonces en el Luiña. A veces alguna remolona se quedaba en la zona más profunda y oscura del pozo para, juguetona y valiente, hacer
cosquillas en el pie de un bañista que solía salir
despavorido del agua creyendo haber encontrado la siempre temida culebra.
Las ropas de baño, igual que
el resto de vestuario, eran precarias en aquellos tiempos. Quienes disponían de él usaban bañador, (tal vez entonces ya se llamaban meyba por la marca
comercial que los fabricaba), para otros el calzoncillo era su traje de baño. Y no
pocas veces, si no había público
femenino, se vestía el traje conocido vulgarmente como “pelota
picada”. Entonces, como cualquiera puede suponer, el jolgorio se
originaba por los devastadores efectos provocados por el agua fría en la parte del cuerpo que aquí quizá no convenga nombrar.
Mozas y muchachas, un poco alejadas, lavaban
ropa en el río y la tendían al sol sobre el verde del prado,
eficaz forma de quitar las manchas según decían. Con miradas furtivas y disimulando seguían nuestras evoluciones en el agua.
En
cuestión de vestuario ellas estaban más o menos
igual que nosotros. No era ningún secreto que no pocas mujeres de los pueblos, jóvenes y menos
jóvenes, utilizaban ropa interior, la llamada lencería, solo los días de fiesta, ir a la villa o acudir a
misa los domingos.
Nuestra indocumentada juventud solía confundir frivolidad con necesidad, pero ellas, junto a otras
muchas mujeres, nos enseñarían tiempo
después que la dignidad de la mujer no depende, y nada tiene que ver, con vestir lujosa
ropa interior de La Perla o no llevar nada debajo.
Comprar ropa resultaba caro cuando se disponía de tan exiguos ingresos. Quedaba lejos la sociedad de consumo
actual, la moda de usar y tirar, que por módicos
precios permite vestir de forma aparente, al tiempo de proporcionar fabulosas
fortunas a los dueños de Zara, H&M, Primark y demás
supermercados del vestir. Cómo se obtienen esas
fortunas sería tema de diferente relato.
Cuando ellas se aventuraban a dar un baño nos obligaban a salir del pozo. El posible contacto físico en el agua, tan
escasos de ropa, se tenía por peligroso y era prohibitivo. Las
que disponían de traje de baño lo traían puesto de
casa. Otras carecían de él y al no llevar ropa interior entraban en el agua cubiertas solo
por unas enaguas. Podía entonces acontecer algo mágico para nuestras indiscretas y ávidas
miradas. Alguna chavala, al penetrar en
el río entretenida con una amiga, no prestaba atención a los vuelos de su enagua y
ésta, como una mariposa traviesa, cobraba vida propia y flotaba
alrededor de su cintura desvelando bajo el espejo del agua cierta turbadora
sombra en la zona más secreta del cuerpo. Solo era cuestión de segundos,
los imprescindibles para que la azorada muchacha lograra hundir con premura las
faldas y cubrirse con ellas. Suficiente para que entre los fisgones, arriesgándose a
recibir una pedrada de las enfurecidas bañistas, se
levantara un clamor de risas, codazos y hasta el agudo silbido del más osado.
Situación similar se
daba cuando aquellas xanas del Luiña salían del agua
y apresuradas despegaban las ropas que adheridas a la piel realzaban y marcaban
indiscretamente las formas de su cuerpo. El jolgorio y algún comentario lascivo se repetía entre los
mirones y mientras algunas más vergonzosas buscaban refugio entre las
demás, otras, decididas y desafiantes, brazos en jarras gritaban: ¡De qué
os reís, babayos! Eso o algo así.
En ocasiones aquel aire cargado de
electricidad propiciaba que saltara la chispa. Cogidos de los pelos uno y otra
se enzarzaban en aguerrida pelea que solía terminar
en el agua donde sus cuerpos se atraían y rechazaban con igual intensidad.
Para los regocijados espectadores resultaba difícil discernir a veces cuánto de
aquello era producto del odio o de secreta pasión. Era difícil saber si aquellos cuerpos que se entrelazaban y retorcían, avivaban o apagaban rescoldos de una llama encendida tiempo
atrás, impúberes y desnudos, entre la hierba de un pajar. Quizá aún desconocíamos la permeabilidad de la frontera
entre el odio y el amor.
Al final solo eran escaramuzas, más o menos inocentes, libradas entre una sensualidad emergente y
las férreas costuras morales que la encorsetaban.
Estas incursiones por el río
finalizaban cuando los mayores, concluidas sus siestas y tal vez otras
placenteras ocupaciones, hacían apremiantes llamadas, incluso con
estridente silbato, para que regresáramos a los poco gratos trabajos que teníamos encomendados.
Luego quedaba la noche con la reunión de mozos y mozas en el llamado Paredón. Allí, bajo la única farola pública del
pueblo, durante las noches de verano se celebraba una especie de filandón mientras los murciélagos cenaban la nube de mosquitos
servida por la mortecina luz. Aquellas reuniones o filandones tenían algo de misterio para quienes aún no éramos considerados suficientemente mayores. Cuando intentábamos participar siempre había alguien
que con cajas destempladas nos mandaba para casa. Pero esas noches tal vez sea
otra historia que ahora no tiene cabida
aquí.
Algunos días no se podía disfrutar de las gozosas incursiones acuáticas. Con cierta frecuencia, desde Leitariegos o los altos de
Santa Ana, se abatían sobre Limes tremendas tormentas acompañadas de lluvias y aire frío. Entonces,
durante las horas de la siesta, vagábamos por el pueblo como pollos mojados,
o nos refugiábamos en un pajar husmeando algún
entretenido quehacer.
Aunque no siempre era el mal tiempo el que
nos impedía disfrutar del río. A veces los dueños de las minas mandaban desembalsar los lavaderos y el río se convertía durante dos o tres días en negro crespón de luto. Desde la orilla, melancólicos, veíamos discurrir el agua anegada de polvo
de carbón. Las truchas salían a la superficie boqueando
desesperadas, con las agallas cegadas por el mortal carbón, para después mostrarnos sus inmóviles vientres de lunares multicolores hasta que la corriente las
arrinconaba en un remanso o las arrastraba río abajo.
Atentados contra la naturaleza, contra la
fuente de vida que es el río, perpetrados con impunidad y ante
nuestra impotente y resignada indignación.
Así, entre
luminosos días divertidos y alguno desafortunado y oscuro, comenzábamos las vacaciones como si nunca fueran a terminar. El tiempo de
las castañas que marcaría el regreso a Corias quedaba lejano, y
en eso mejor era no pensar.
ulpiano rodríguez calvo
domingo, 4 de junio de 2017
NOTA NECROLÓGICA
En el día de hoy, 4 de junio, ha fallecido nuestro amigo y
compañero de Corias, Juan Manuel González Rodríguez (cuarto por la izquierda en
la foto). De los diez que formamos la primera
promoción que cursó bachiller laboral superior en Corias, ya quedamos solamente siete. Descanse en paz nuestro buen amigo Juanma.
sábado, 3 de junio de 2017
“ENCINAS”
Encinas
colocaditas
en medio
del campo abierto
como
muchachas bonitas
paseando
por el pueblo.
Formáis
parejas y tríos
o grupos
más numerosos
charlando
animadamente
¿en espera
de los mozos?
Eternas
adolescentes
vencedoras
de los años,
las penas, los
desengaños,
cuando yo
sea viejecita
y apenas os
pueda ver
sé que
vendréis a mi cita
en el
campo, al atardecer.
Y sentiré,
como ahora,
vuestros
pasos poderosos
bajo las
faldas de vuelo,
pasar una y
otra vez
sentada en
el pardo suelo.
.....
MGM
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