martes, 29 de agosto de 2017
Viaje por: Obona, Tineo, Corias, El Acebo y Cangas
Los días, 21 y 22 de agosto, hemos hecho una pequeña excursión por los
lugares citados en el encabezamiento. El principal motivo era que el dominico
Fr. Francisco Iparraguirre de 87 años volviese a Corias, donde había estado de
estudiante desde 1940 a 1946....y que no había tenido ocasión de
volver... le acompañaron otros tres sacerdotes dominicos algo más jóvenes y yo
actué de fotógrafo y chofer.
El superior de Corias, P. Emiliano, nos dio pensión y nos despedimos
en La Casilla de Limés, opíparamente, como no podía ser de otra manera.
De esta excursión ha salido un vídeo de 5 minutos en
homenaje al dominico P. Fray Francisco Iparraguirre, que regresó a CORIAS
después de 71 años y que se puede ver en este enlace: https://drive.google.com/file/d/0B5LrczMFa8sBVVBMM1FWckRZMDg/view?usp=sharing_eil&ts=599ec7e3
También debo decir que el Padre Iparraguirre es un lector de
este blog.
Inocencio Fernández Menéndez
martes, 22 de agosto de 2017
ENCUENTRO 2017. PROMOCIÓN: 1961-1968
Amigos, que lo sigáis celebrando igual de bien muchísimos años más.
Muchas gracias, José Antonio.
miércoles, 2 de agosto de 2017
Crónica de Grandas
¡Al fin llega el día 13 de julio, al fin vamos a volver a Grandas!
Después de 60 años, quienes contamos ya tantos como para hablar de mediados del
siglo pasado, recordamos con emoción la
primera y única vez que vimos aquella
obra gigantesca, siendo niños. Ni siquiera importa que el día sea oscuro y
lluvioso porque eso confiere al paisaje su más pura esencia asturiana y lo
llena de melancolía, tan proclive a los recuerdos.
A las 10 de la mañana, puntualmente, estamos en Pola de Allande,
donde no había vuelto desde mediados de los 60, cuando mis padres nos llevaban
a ver aquella descarga de fuegos artificiales de colores, a la china, tan
distinta de la nuestra. Me pareció
que la villa de los americanos no
había cambiado mucho y reconocí alguno de aquellos palacetes de indianos y La
Nueva Allandesa, sede de inolvidables banquetes.
En el Bar Lozano se reúnen todos los viajeros y nuestro Prior
oficia como maestro de ceremonias presentándome a todos y cada uno. En realidad
creo que no es necesario porque somos ya viejos amigos a través del blog y de
los recuerdos compartidos, pero un buen Prior jamás olvida las formas,
imprescindibles para la buena marcha de la comunidad.
Después del café y de unos minutos de amena conversación volvemos
a los coches para proseguir el viaje. El Puerto del Palo está envuelto en
niebla y apenas es visible el refugio de cazadores, cuya preciosa foto nos
envió Samuel. Apenas adivinado entre la bruma y en lamentable estado de
abandono, es como una alegoría del paso del tiempo y sus desastres. Algunos
esforzados peregrinos aparecen y desaparecen al borde de la carretera, fugaces
como figuras incorpóreas e inquietantes de un sueño.
A la hora prevista estamos ante la fachada de la Central que sigue
siendo la monumental construcción que recordaba y siempre he deseado volver a
ver, quizá porque fue mi primer encuentro con el arte moderno, que habría de
interesarme el resto de mi vida. Ahora, pasados 60 años, entiendo lo que
entonces me impresionó pero no entendí. Ahora entiendo que sus raíces de hunden
en el arte egipcio y que esta fachada se parece a los pilonos de un templo
nilótico donde todo ha sido concebido para la eternidad.
Nos recibe un amable guía que comienza a hablarnos de Los Vaquero, Vaquero Palacios,
arquitecto y pintor, y su hijo, Vaquero Turcios, pintor, escultor y arquitecto,
a quienes se debe el diseño y decoración de la obra. Los relieves que creí
tallados en granito rosa, como muchas esculturas faraónicas, no son tallas
graníticas sino hormigón vaciado en moldes y adherido a la fachada. Su tema es
el agua, que cae desde las nubes al río, pasa por complicados procesos en los
que intervienen hombres y máquinas, se convierte en rayos y sale de la central
por cables sostenidos por torres metálicas. El tiempo y la humedad van
oscureciendo la piedra y el hormigón y los van dotando de pátina, ese halo misterioso, inexplicable, que convierte una obra
de ingeniería en arte.
Ya dentro, convenientemente protegidos por blancos gorros
quirúrgicos y cascos, comenzamos la visita no por la sala de máquinas a nivel
de la entrada sino por la de control, más elevada, a la que accedemos en
ascensores. Se parece a una nave espacial antigua porque las que hoy vemos en
las películas son mucho más sofisticadas. No es grande pero sí llena de paneles
color verde inglés con lucecitas de colores, botones, mandos, relojes y
pantallas. En fin, para expertos como
yo, una atracción cinematográfica donde los metales relucen como recién pulidos
y todo funciona con germánica precisión…desde mediados del siglo pasado, cuando
la tecnología y los medios eran muy distintos a los de hoy.
Bajamos después a la sala de máquinas donde está el gran mural de
Vaquero Turcios, que narra muy gráficamente toda la génesis de la central, desde
la localización del lugar por un anciano con larga barba blanca y túnica que
parece un filósofo griego y, al parecer, representa al abuelo de uno de los
Vaquero, hasta el proceso costosísimo y a veces doloroso de la construcción en
tan difícil paraje. La técnica de las pinturas es cubista, estilo dominante en
esa época, y tienen un marcado propósito descriptivo y pedagógico. Sobre el
enorme mural, en cuatro grandes ménsulas, aparecen las imágenes de cuatro
ilustres personajes con una frase emblemática de cada uno de ellos. Se trata de
Picasso, Freud, Max Plank y Einstein, todos ellos pilares del mundo moderno,
que fueron allí colocados en 2001, cuando los frescos fueron restaurados. En
época de la construcción no fue posible dada la escasa simpatía que tan
insignes personalidades despertaban en el régimen dominante.
Bajo el monumental fresco, bajo la mirada de aquellos genios, hay
una salita redonda con sofás rojos en torno a una mesa circular, de aire
funcional y neoyorkino años 50. La diseñó Vaquero Turcios para facilitar las
reuniones de ingenieros, arquitectos y técnicos in situ, al abrigo del fragor
de la obra en construcción. Pues bien, El
Caudillo, cuando inauguró la central en 1953, se negó a entrar en la salita
porque ¡estaba tapizada en rojo! Parece que Su
Excelencia ignoraba que aquellos frescos bajo los que se hallaba son un
claro ejemplo de realismo socialista, idénticos a los que pueden verse en las
estaciones de metro de Moscú y que Stalin ordenó construir por las mismas
fechas. Y es que el arte no sabe de fronteras y como muy bien dice un refrán
castellano “los extremos se tocan”.
A la salida de la sala de máquinas observamos la maqueta de uno de
los dos colosales halcones que habrían de ser miradores colocados sobre la
presa, entre cuyas patas pasarían los coches. También en Moscú, en el solar de
la catedral del Salvador que Stalin ordenó demoler, se proyectó levantar una
estatua de Lenin cuyas manos extendidas serían dos helipuertos. Los halcones de
Grandas y la estatua de Lenin han tenido el mismo destino. Sic transit gloria mundi.
Ya en el exterior observé con más atención aquel paisaje áspero al
que las construcciones auxiliares, abandonadas y ruinosas, dan cierto aire
siniestro subrayado por las nubes bajas y sombrías. Volví a ver el mirador en
forma de fauces abiertas y la imagen de la Virgen de la Luz y ambos me
parecieron menos grandes y más feos que entonces. Las enormes paredes de la
presa, los aliviaderos, toda la obra se va ennegreciendo, todo tiene un aspecto
posindustrial, de decadencia, de abandono, de irreversible pasado.
Hacia las 13 h nos instalamos en torno a la mesa del restaurante
Las Grandas. Acerca de la comida ha habido disparidad de criterios, como dicen
los taurinos, pero como no soy autoridad en la materia y para mí la compañía es
siempre lo más importante, solo diré que disfruté de lo lindo de todo, comida,
compañía, conversación y vistas espectaculares desde la terraza sobre el
embalse.
Continuamos camino hacia Grandas por una carretera sinuosa y
bellísima y ya en el pueblo, fuimos directamente al museo, ubicado en un
recinto cercado al que se accede por un amplio portón que bien podría ser la
entrada a cualquier pueblo del suroccidente asturiano de nuestra infancia: casa
con hórreo, molino, tienda, ermita y demás instalaciones necesarias para la
vida en la aldea.
Empezamos la visita por la casa con su chariega, escaños,
trébedes, masera, bacitas y los innumerables utensilios que tan familiares nos
son a los aldeanos cangueses que ya peinamos canas…en el mejor de los casos.
Después, la habitaciones: camas, cunas, armarios, enseres y ropas de todo tipo,
algunas verdaderamente jocosas. Una escuela con pupitres con tinteros de mojar, mapas en las paredes, globo
terráqueo, cartillas, enciclopedia, encerado, retratos de los amados líderes, y la estufina de carbón que a punto estuvo de arrancar una lágrima a
algún nostálgico. Una peluquería-barbería de caballeros, con sus sillones
blancos, navajas, tijeras, peines, cuchillas, Varón Dandy y papel higiénico El
Elefante entre un sinfín de objetos cuidadosamente ordenados en las viejas
vitrinas. Una sastrería muy bien surtida donde el Prior tuvo ocasión de
deleitarnos con una lección magistral. Sacas de correos y valijas que me
saludaron como a una antigua colega. Una tienda como la de Saturno de
Ventanueva donde había desde caramelos hasta carburo para los candiles… Telares
de todas clases; máquinas de coser, de ebanistería y de todo tipo; enorme
colección de cuencos, jarras, cestas y toda clase de utensilios hechos de madera;
una completísima colección de madreñas, no solo de Asturias sino de otras
regiones de España y Europa… El Prior nos explicó detalladamente el
funcionamiento de las trampas para cazar ratones, una de las cuales era como
una guillotina de madera. ¡Qué ingenio, que derroche de talento para matar o
cazar a un pobre ratón! Y una cocina más moderna, de aquellas llamadas económicas (fabricadas en el País Vasco,
se vendían en la tienda de mis padres y eran eternas, prácticamente
indestructibles), equipada con toda la cacharrería propia de la época.
En torno a aquel precioso espacio verde y ajardinado están el
hórreo y el molino completo y en pleno funcionamiento, movido por las aguas
claras del regueiro que riega la
propiedad donde también se alza la capilla, ejemplo perfecto de arquitectura
popular en cuyo interior pasamos momentos divertidos examinando confesionarios,
imágenes, carracas, incensarios, apagavelas, ornamentos varios y hasta un
féretro de madera toscamente tallada que debía pasar de generación en generación
pues, de lo contrario, estaría bajo tierra y no aquí sobre unas andas.
A la salida dimos las gracias efusivamente a quienes se encargan
de reunir, clasificar, restaurar y cuidar tan ingente cantidad de objetos y les
animamos a continuar en tan admirable labor. Firmamos en el libro de visitantes
y así concluyo una visita memorable a un museo ejemplar.
En un café cercano nos sentamos durante media hora para comentar
las emociones del día, quizá con el secreto deseo de alargarlo un poco más.
Todos agradecimos a Samuel su perfecta organización y me atrevo a decir que
nadie la disfrutó más que yo y por todo ello, por la oportunidad que me brindasteis
de volver a ver lo que nunca creí posible y por vuestra calurosa acogida,
siempre os estaré agradecida, siempre desearé volver a reunirme con tan
extraordinarios amigos.
Para todos y cada uno el más cariñoso abrazo y ¡hasta pronto!
MGM
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